lunes, 2 de junio de 2014

Instinto de corazón

creo que es buen momento de recordar una historia que viví de cerca, algo que reforzó mi fé en el ser humano, sea cual sea su origen, cultura o principios
en los 80's tanto mi barrio como en los barrios co-lindantes y pueblos cercanos, apenas teníamos comunicación como la que tenemos actualmente la mayoría de nosotros, había una carretera nacional, mal señalada, apenas se veía la línea central y por supuesto, escasa iluminación, por lo que circular desde el ocaso se hacía peligroso, especialmente si eras peatón.
había un cortijo cercano, a unos seis kilómetros. un minifundio, pero era un pequeño paraíso. agua propia, bien resguardado de las inclemencias del tiempo, pues estaba junto a un montículo que lo protegía del calamitoso viento de levante cuando soplaba desértico, rojo, irrespirable..
allí vivía una familia humilde, trabajadora, esclava de la tierra, que aunque era generosa con ellos, no dejaba de ser tierra y como tal exigía su tributo diario.
una mañana cualquiera, el dueño del cortijo, tras cumplir con sus obligaciones paseó como siempre que podía entre las arizónicas, helechos y cañizo que él mismo se encargó de construir en la linde de sus tierras. sabía lo que quería: una tupida maraña de vegetación natural, aprovechando que la acequia pasaba justo por los límites de su terreno, así que el elemento básico que necesitaban las plantas, lo tendrían sin escasez.
era un muro natural, aislante de vientos y ruidos, aunque permitía que algún ''bichejo'' siempre pudiera ir de escursión..
el hombre, como decía, paseaba junto al cañaveral, distraído entre el canto de los pájaros y sus quehaceres, cuando vío que entre la maleza se movía algo, un gato, pensó. se acercó despacio y vió una bola de pelo de un cachorro que parecía descender de pastor alemán, quizá tres meses de vida..
Lobo creció entre la familia casi como uno más, a los ocho meses ya empezó a actuar según su instinto y se hacía oir dando ladridos, quizá de agradecimiento o tan sólo era la manifestación de su carácter. creció respetando a los miembros de la familia, pero sólo a ellos. Lobo ya era adulto y un buen día su dueño tuvo que amarrarlo, se había convertido en una fiera que defendía a dentelladas su territorio y el de sus dueños. Lobo no sufrió nunca un mal trato ni sus dueños habían actuado con violencia hacia él, pero desde hacía varios meses los vecinos no podían acercarse a saludar a la familia por que Lobo se transformaba y se convertía en un perro del infierno. asustaba a sus dueños y les causaba preocupación las reacciones del animal. ya el jefe del cuartelillo le había dicho alguna vez que ese perro le iba a traer dolores de cabeza.
por las mañanas, la cuerda que sujetaba a Lobo estaba rota, mordida y él no estaba. se escapaba por la noche y cada día era una preocupación.
compraron una cadena de cinco metros  y forjaron un anclaje en el suelo. respirarían tranquilos...

3:30 a.m. cada día, sin excusa, Alfredo se levantaba, se tomaba un brebaje que según él era leche con café de malta y después ordeñaba sus vacas. eran poco más de media docena, pero le daban para vivir tranquilo, como siempre decía.
después de esto, y aún con el sol durmiendo, llenaba las cantareras, las cargaba en la vieja motocicleta, entraba en la vieja carretera que le llevaba a las pedanías cercanas y les dejaba su ración diaria.
fué en esa carretera cuando una mañana, en el arcén pudo acertar a ver a duras penas un gran bulto inmóvil. han atropellado a alguien, voy a ayudarle, pensó y se paró.
no estaba muerto, pero parecía agonizar. inerte, casi no se apreciaba la respiración hasta que estuvo allí mismo, junto a él. sólo podía mover un poco la cabeza, pero se pudo girar un poco hasta que lo pudo ver.
los ojos de un perro moribundo son inolvidables, parece que hablan y te suplican, no entienden nada y sólo buscan caridad y que alguien les ayude
eso fué lo que le pasó al bueno de Alfredo, nuestro lechero, un hombre criado en la dureza del campo, pero que ama la naturaleza y por ende, la vida. esos ojos se le clavaron en el alma para siempre (decía que nunca se le podría olvidar esa mirada)
se quitó su chaqueta de tela recia, harta de vivir y cubrió al animal. le tapó la cara y con todo el cuidado y ternura lo apartó del arcén y lo dejó descansar detrás de una casa abandonada que había junto a la carretera. volvió rápido al lugar donde había dejado la moto con su mercancía y en un recipiente sucio que había por allí tirado, lo llenó de leche de sus vacas y se la dió a beber al animal. asunto perdido. el perro no quería beber, no abría la boca. sólo salían de ella crueles quejidos, llantos de dolor que podrían derrumbar al corazón más duro.
a la mañana siguiente, Alfredo repitió su rutina, con la diferencia que a la vuelta, paraba tras la casa abandonada y se acercó a interesarse por el perro. no tenía ni idea de lo que iba a encontrar, seguramente estaría muerto, sangraba por varios sitios y las dos patas traseras estaban visiblemente rotas. se acercó. el perro estaba allí, inmóvil, pero respiraba, estaba vivo. intentó darle de beber, pero tampoco quiso.
se esperó allí un buen rato, quizá esperando que el animal se relajara y se animara a beber, pero no fué posible. se marchó entristecido, pero no podía quedarse allí y llevarse el animal se le hacía imposible, porque no lo podía cargar y seguramente, eso le terminaría por provocar una muerte que ya tenía casi asegurada.
así estuvo Alfredo varios días, visitando al animal y sorprendiéndose de su fortaleza. le parecía increible que un ser vivo en esas circunstancias pudiera sobrevivir. tardó cuatro días en poder darle leche al animal, fué un poco, quizá ni medio vaso en comparación, pero a cada día que pasaba, Alfredo no descuidaba su visita al nuevo amigo que tenía. a la semana, ya comprobó que el perro se incorporaba con sus patas delanteras cada vez que él llegaba. las sobras de la cena anterior son un manjar para un perro con hambre
pocos días más tarde, Alfredo llegó al lugar, encontrando éste vacío. el perro no estaba.
eh! perro!! donde estás? eh, me oyes!??! no valieron gritos, ni búsquedas, el perro no estaba allí. entre triste y esperanzado, Alfredo continuó su marcha a casa. se había encariñado con él, cada día que el perro comía, él lo miraba orgulloso de contemplar la fuerza vital de aquel animal, le recordaba a alguno que había visto. o no, tambien decía que los pastores alemanes eran todos iguales...

3:30 a.m. Alfredo se levanta, ordeña sus vacas, carga la motocicleta y comienza su reparto. llega al cortijo de los cañaverales y arizónicas, coje una cantarera, abre el portón y entra en el cortijo.
los gritos de alerta le llegaron como un trueno en la tormenta: no, Alfredo, no entres, por dios, sal y cierra la puerta!! vete, vete, que te come!!! vete, Alfredo!!
había amanecido, casi se veía bien, pero Alfredo apenas pudo ver que sobre él se avalanzaba algo grande, a gran velocidad, no le dió tiempo a moverse.
Lobo había vuelto a romper la vieja cadena (que lo protejía sin él saberlo, de una muerte casi segura, a tenor de su carácter), pero su fuerza era tal, que partió y saltó el collar por los aires y varios eslabones tambien.
Lobo reconoció a ese ser vivo que lo curó desinteresadamente y todos los días cuidaba de él, le llevaba leche de sus vacas y algún bocado de cena tambien se guardó en el morral para su amigo moribundo.
Lobo dió un salto demostrando su poderío físico, de más de dos metros y derribó a Alfredo. ya en el suelo, Lobo empezó a lamer a su amigo en la cara, en las manos y por cualquier sitio que el perro acertaba a alcanzar entre ladridos y saltos de alegría. no paraba de lamer la cara de Alfredo, un hombre reservado, solitario, buena gente. quizá fué la única demostración de amor y gratitud sincera que recibió Alfredo en toda su vida

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