martes, 1 de julio de 2014

LA TORRE

 
 
La torre era alta y aguda
de piedra fría y callada.
Sobre la colina
en el mar verde
de la hierba infinita,
en la cárcel sin rejas
allí moraba la reina.
 
Presa en su atalaya
un vellón de lana
y una rueca
para hilar su monotonía.
Eterna condena
que todas las mañanas
deshacía
para tejer
de nuevo al orto día.
 
Una alcoba
y una cama
y el roble en la puerta
la guardaban.
Pobre reina encerrada
 
Su belleza
no quería ser compartida,
castigada allá arriba
lejos de otros ojos
que allí no la mirarían,
hasta que la olvidaran.
 
Pobre reina asomada,
con la libertad soñaba
con salir de su almenara.
 
Algún caballero lanzó su escala,
pero era tan alta,
que ninguna su balcón alcanzaba,
y tan pulida la piedra
que no podía ser escalada.
Por vencidos se dieron
uno tras otro
jamás podría ser rescatada.
Pobre reina encerrada
 
Pronto las arrugas la surcarían.
pronto el oro de sus cabellos
en plata tornarían.
Pobre reina atrapada.
 
Sólo los pajarillos
y el viento la acompañaban.
Saltar,
saltar eso la libraría.
 
Tenia miedo
y su alcoba recorría,
diez pasos,
de angustia,
diez de alegría
y otros diez de duda
la torturaban.
 
De rabia golpeó
la puerta con los puños cerrados,
pero sorpresa
el roble cedió
y abierto quedó lo cerrado.
 
Libre al fin estaba.
Jamás lo intentó
pues cerrada la suponía,
la puerta maciza
no tenía candado.
Libre de marcharse
siempre había estado.
 
El miedo le subió por los pies
hasta la garganta.
No más celda
que la de su mente,
no más prisión,
que la de su sinrazón.
¿Libertad?
 
Lloró la pena más amarga.
¿Para qué la quería
si una puerta abierta
le había consumido su vida?.
 
Subió a la almena
y saltó al vacío.

















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