miércoles, 11 de junio de 2014

UNA CORRIDA



El puro y la mantilla han quedado.
Lo mismo han terciado la almohadilla y el clavel
En el redondel se han citado
en una tarde de verano.
A las cinco.
Para ver a la espada y al capote
hacer su faena de sangre y arena.
 
Al toro no le han invitado
pero en el ruedo está, cariacontecido
preguntándose, ¿ dónde se ha metido?.
 
Comienza el espectáculo
y el clarín suena
y el clavel y la mantilla
de aplaudir se rompen las palmas.
 
El toro, esta vez sorprendido
recibe la ovación
con mezcla miedo y excitación.
Se pregunta por qué la habrá merecido
quizás sea por su pelo negro zaino
o por sus dos pitones afilados
o la lo mejor por sus magníficos quinientos
kilos de peso.
 
Ahora defraudado
ve que no han sido para él,
si no que se la han brindado
al capote a al estoque,
que le saluda
con exagerados revuelos
y sin más corre a saludarlos.
 
Extrañado de que cuando en vez de saludarle
el capote le marea,
mientras el puro y la almohadilla
gritan ¡olé!, ¡olé!
y aún no sale de su asombro,
cuando unas banderillas y una puya
se le hunden en el lomo.
 
Enfadado y dolido
embiste al capote y al caballo cegado.
Su carne sangra
está cansado, agotado.
 
De pronto los lances terminan
y la plaza calla,
el acero brilla.
Resoplando lo observa.
Cuando el capote ya no es capote,
si no una muleta roja sangre.
 
Quieto y esperando
ve como el estoque el corazón
le está atravesando.
Arriba en el tendido
el clavel y la mantilla se están desgañitando
¡la oreja! gritan
y un pañuelo blanco agitan.
En el suelo, el toro se ha tendido
de muerte herido.
Cansado, asustado y confundido.    

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