La siguiente mañana amaneció tan despejada y clara como la
anterior. Parecía que el tiempo se iba a aliar con ellos y aunque por aquellas
latitudes solía llover bastante, en el cielo no había ni una nube que
presagiara algún cambio. Se despertaron temprano, aún no habían adaptado sus
biorritmos al no tener que hacerlo con despertador, Paula fue la primera en levantarse, presta y
acompañada de su almohada, que se había traído de casa, abandonó su nueva cama y se fue a la de sus
padres en la habitación de al lado donde todavía holgazaneaban fingiendo que
dormían.
La batalla de cosquillas que siguió quedó en tablas. Una vez
llegaron a un pacto de no agresión, los tres bajaron a la cocina para preparar
el desayuno. Mientras reían jugando en la cama Carlos y Laura cruzaron varias
veces las miradas. No podían saberlo pero el mismo pensamiento planeó sobre sus
cabezas. Que bien se les daba fingir que eran felices, que no pasaba nada entre
ellos. Las brasas que quedaban en lo que fuera la hoguera de su amor parecía reavivarse
en esos instantes.
La nevera y la alacena estaban vacías, Laura previsora había
llevado unas galletas, un brick de leche y cacao en polvo del que le gustaba a
Paula. También había traído un paquete de café molido como buena cafeinómana.
Pero las reservas alimenticias habían tocado a su fin entre la cena y el
desayuno, así que tendrían que ir al pueblo para hacer acopio de víveres.
- Laura, hazme una lista e iré al pueblo a comprar. Tú si
quieres quédate aquí con Paula.
A su mujer no le pareció mala idea, en realidad lo celebró
en silencio. Ir a un supermercado no entraba en su idea de vacaciones. Preferiría
explorar los alrededores de la finca con la niña o simplemente sentarse en el
porche a leer mientras que Paula jugueteaba.
- Bien, como tú quieras. Contestó
- Además me gustaría acercarme para hablar con la casera,
quiero comentar lo de ayer con ella. No quiero que haya ningún sobresalto más.
- Y no puedes dejarlo correr, no creo que tenga tanta
importancia. ¿Siempre tienes que hacerte notar?.
Paula ahogaba las galletas con forma de dinosaurio en el tazón
de leche chacoloteada sin prestar atención a la conversación de sus padres, así
y todo Carlos tomó por el brazo a su mujer para alejarla y le habló en voz
baja.
-Tú no lo vistes, sólo pretendo que pasemos unas vacaciones
tranquilas y seguras, de hecho ahora no sé si será buena idea que os quedéis aquí
las dos solas.
Este último molestó a Laura.
- Ya salió el macho dominante de la manada. Mejor vete a
comprar y a hacer lo que te dé la gana, te mandaré la lista con un wasap. Sabré
cuidar de mí y de nuestra hija en tu ausencia, no te preocupes.
En su cara había una mueca irónica que anunciaba el
comentario que dio por zanjada la conversación.
-¡Ah! Y no olvides cazar algún jabalí.
- Mamá a mí no me gusta el jabalí. Apostilló Paula desde el
otro lado de la cocina.
Las ruedas del monovolumen rascaron el suelo de grava al
salir de la casa. Carlos se sentía como un perro apaleado. El sólo pretendía proteger
a su familia y una vez más recibía las burlas de su mujer. Por el retrovisor
observó las ventanas/ojos de la casa y el porche/boca y como la verja/bozal se
cerraba automáticamente. Un oscuro pensamiento se le cruzó por la mente erizándole
el vello de la nuca, a lo mejor esas rejas no estaban puestas allí para no
dejar entrar, a lo mejor el propósito de esas lanzas de hierro era él de no
dejar salir. Apartó el pensamiento igual que si fuera una mosca que merodea
sobre una herida recién hecha y se concentró en la conducción.