sábado, 22 de noviembre de 2014

LA CASA#13









Caminar por la oscuridad del bosque dilataba el tiempo como si fuera un trozo de mantequilla dejado al sol. Sólo llevaba 15 minutos caminando pero parecía que llevara haciéndolo horas. Había apretado el paso, quería llegar a la casa y…bueno. Quería llegar, esa era la primera meta volante. Una vez allí esperaría a que amaneciera para hablar con Laura. Sí, eso sería lo más conveniente.

No le quedaba otra alternativa, sólo podía pedir ayuda a su mujer. Ella siempre le había sobrellevado, aun sin entender completamente sus “cosas”, había sido la persona en la que se había podido apoyar, con la que se había sincerado, con la que había compartido sus miedos…Y ahora sus miedos se habían hecho realidad y se la iban a quitar. Le iban a quitar lo que más quería, su familia, por eso tenía que enfrentarse a aquello; había que luchar. Tendría que contarle lo de la gasolinera, tendría que preparase para escuchar su respuesta. 

-No Carlos, no hay ninguna gasolinera,…estas como unas maracas, o sí Carlos, hay una gasolinera con un gordo desagradable, pero no hay ningún bar de carretera, estás como unas maracas.
En cualquiera de los casos el fin parecía el mismo. Pero él sabía que había algo raro en aquella casa, que era una trampa, que algo quería convencerle de que estaba loco. No le quedaba más remedio que demostrar a Laura, que no lo estaba; tenía que hacerlo o al menos convencerla de que debían salir de aquel lugar. 

Parecía más fácil de decir que de hacer. Y si se negaba abandonar la casa y si simplemente decía que no… El silencio se hizo en su mente como haciéndose eco de el del bosque. No, aquello no podía suceder..Laura le apoyaría, una cosa era que hubieran discutido que él hubiera perdido el control por un momento , pero ahora la cosa era muy distinta …se suponía que le quería, tenía que escucharle , tenía que comprender que algo raro sucedía, que no era bueno estar allí y si no lo hacía por él, al menos que pensara en Paula.

¡Estúpido! .Se dijo, actúas como un niño asustado que corre al amparo de las faldas de su madre.
 ¿Su madre? …ojalá estuviera aquí…Ojalá pudiera, pero no estaba, hacía demasiado tiempo que no estaba….también se llamaba Paula; mejor dicho, Paula, su hija, se llamaba así por su abuela. No obstante, no había sido su verdadera madre, lo adoptó, no lo supo hasta muchos años después,  jamás sabría el de su madre biológica, pero le daba igual, Paula, era la madre que había conocido, la mejor madre del mundo y fue la suya. 

Fue la única persona en el mundo que comprendió lo que él era capaz de sentir, y le enseñó a ocultarlo y a que no se desarrollara, a que “eso” no le causará problemas. ¿Cuánto la necesitaba ahora...Cuánto?. 

Pero algo le susurró al oído, algo la engañó. Fue en una mañana de primavera, muy temprano con las primeras luces del día. Algo la confundió y la hizo cruzar la calle, justo en aquel preciso momento que el autobús echaba a andar. Ese mismo autobús donde él había montado hacía tan sólo unos minutos, para iniciar su viaje de fin de 8º curso de la EGB. Luego dirían que fue un accidente, que el chofer puso la marcha atrás por error, que todo fue un conjunto de fatalidades, el colmo de la mala suerte, pero en lo más profundo de su mente de preadolescente Carlos siempre supo que no lo fue. Aún recodaba el frenazo, aún como saltó sobre el asiento gris, aún podía sentir el vaivén y como las ruedas, con todo enorme peso del autobús sobre ellas, machacaban el cuerpo de su madre. No la volvió a ver. Se le quedó clavada su imagen; despidiéndole, su mano agitándose en el aire y como todavía podía leer el adiós en sus labios, ver su melena rubia recogida en un discreto moño, y sus preciosos ojos verdes …casi igual de preciosos que los de su mujer, y que los de su hija. 

Otra vez notó del miedo subiéndole por la espalda como una enorme araña que va tanteándole con sus patas peludas, buscando, seleccionando  el mejor lugar donde hincar sus colmillos cargados de terror. Aquel recuerdo había sido como una pedrada en el terrario de la alimaña. El recuerdo de su madre la había liberado, ahora su veneno infectaría su cuerpo, no con un miedo nuevo, si no con un miedo antiguo y diferente, con un pánico helador que espesa la sangre y a la vez hierve los tuétanos, con un terror viejo y rancio, olvidado, que creías sepultado bajo capas y horas de consulta de psicólogo, un miedo primitivo a que te susurren en el oído: Cruza la calle.

Los pasos apresurados de Carlos se transformaron en zancadas. Estaba corriendo, debía salir del bosque, las ramas más bajas le azotaban al pasar, igual que si fuera un reo camino del patíbulo al que una masa expectante le tira basura y escupitajos, pero no importaba, ni la dentellada de dolor que sintió en el tobillo al pisar un socavón en el suelo, ni siquiera que a los pocos minutos jadeara como un animal herido, perseguido por una jauría de perros, eso tampoco importaba. Lo único importante era que debía llegar a la casa y debía hacerlo rápido. No había tiempo que perder, el hombre del saco se había vuelto a despertar y nada bueno podía pasar.

Continuará...

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