6:00. a.m. Los segmentos azules
le helaron las pupilas con cada parpadeo, como si su resplandor derramara sobre
ellas nitrógeno liquido. Mientras el pitido agudo penetraba en su mente
zarandeándole el cerebro como una madrastra de cuento, arrastrándolo fuera de la
cama. Estaba amaneciendo.
Los pies se pegaban al gres como
el vientre de un reptil. Tras unos pasos sin sentido aparente, la cocina
apareció. El olor a café era un lastre que le bajaba una y otra vez al mundo,
la promesa de cafeína hacia latir el corazón con más fuerza y la realidad era
ya inevitable. Se había despertado otra vez más, lamentablemente no era un
delirio de moribundo, lamentablemente estaba vivo.
Cuando la conciencia de la propia
existencia se derramó por su ser, sólo sintió dolor, un dolor que lo llenó
todo. Sus ojos buscaron el cuchillo de cocina que descansaba sobre el granito
de la encimera. Era la llave que abriría su cuerpo y dejaría salir su alma. Los
dedos corretearon hasta asir el mango negro con remaches dorados. Levantaron
los 20cmts de acero y con un leve temblor lo colocaron en su soporte magnético
de la pared. A quien quería engañar, todos los días eran iguales, todos los
días la misma pantomima. Aunque deseara acabar de una vez por todas con su vida
no podía hacerlo, no debía lo, aún no.
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