El despertador digital
de la mesilla de noche señalaba las once y media, cuando decidieron irse a
dormir. Antes habían estado viendo un programa de viajes en la televisión, esos
que tanto gustaban a Eva. Ella siempre fantaseaba, medio en serio medio en broma,
con abandonarlo todo, incluido a él (de un día para otro) y marcharse con Paula
a un país lejano.
Luis no encontraba el
momento de abordar el tema. Pensó en sacarlo durante la cena pero prefería que
Paula no estuviera presente. Cuando la niña se fue a la cama decidió que
esperaría al momento en que se fueran a acostar.
Eva con su pijama de dos
piezas color vino tinta y botones blancos estaba junto a la cama de matrimonio,
colocando cuidadosamente los pendientes, que acababa de quitarse en un pequeño
joyero de alpaca labrada, que había sobre la cómoda. Él, sólo llevaba puestos
unos bóxer de cuadritos azules, cuando entró en la habitación desde el baño, se
atusaba el pelo mientras reunía fuerzas para hablar.
- Eva, cariño tengo que contarte
algo, comenzó.
Su mujer escuchó el
relato completo, en el que sólo omitió el episodio de la radio y el de su
segunda visita a la gasolinera. No tenía claro por qué lo hizo. Pero algo en su
interior le empujó a guardarlos en secreto, como algo privado y vergonzoso que
no se puede confesar. Cuando terminó, Eva se le quedó mirando como si no
creyera ni una sola palabra de lo que le había dicho. Luis para dar crédito a
su historia saco la carta y el talón que había guardado en su mesilla. Se lo
dio a leer. Ella lo hizo un par de veces, con expresión seria. Cuando terminó,
miró a Luis y dijo:
- La verdad, todo esto
es tan raro, que yo tampoco sé que pensar. Espero que no te hayas metido en
ningún lío. Lo que más sorprende que te ofrezcan tanto dinero por tan poca cosa
y sobre todo ¿por qué? ¿Por qué? Volvió a repetir hablando consigo misma y tras
una pequeña pausa sentenció. Creo que deberíamos rechazarlo.
Su marido contesto
alzando un tono la voz.
- Eva te juro que es tal
y como te lo he contado. No sé, quizás sea una de esas cosas de favores en
cadena... No lo sé. Lo único que sé es, que tenemos un cheque al portador de
3000,00€ sólo por ir a ver a un crío. Sería una tontería no cogerlo. ¿Qué puede
pasar? Y continuó casi susurrando.
- Piensa en nuestra
situación. Al paso que vamos ¿cuánto nos durarán los ahorros, si no encuentro
trabajo? Con la ayuda por desempleo no cubrimos ni si quiera los gastos. Piensa
en el colegio de Paula. Sólo con ese dinero tendríamos pagados más de 4 meses.
Y volvió apostillar tomando las manos de su mujer y acariciándoselas entre las
suyas. Piensa en eso...
Eva se zafó de Luis y se
paseó por la habitación dando vueltas cabizbajas. Cuando completó el tercer
giro a su circuito imaginario levanto la cabeza diciendo.
- Vale. Será como tú
quieras iremos a ver al chico.
Los abetos y cedros de troncos negros y copas
verdes apuntalaban un cielo de borra sucia y gris que amenazaba con
derrumbarse. La lluvia caía inmisericorde, martilleando, con furia esa mañana
de sábado.
Al El Buen Pastor se
llegaba por una pista de grava que nacía de una carretera comarcal a 120 km de
la ciudad, tras atravesar un bosquecillo que lo ocultaba del resto del mundo. Estaba
rodeado por unas verjas de hierro, acabadas en puntas de lanza, donde el óxido medraba.
Era un edificio con planta de cruz, compuesto por dos alas y una nave central
de tres alturas, en medio de una pradera de césped, verde, cuando no había
calvas de barro rojizo. Los muros eran de ladrillo enfoscado en blanco, con refuerzos
de granito. Los tejados de pizarra a dos aguas. De ellos sobresalían varias
chimeneas que expulsaban el humo blanquecino de la calefacción. En la nave
principal, se adelantaba un porche, con columnas de piedra y un portón de
madera de dos hojas con tachones de metal, que recordaba al de una fortaleza.
Sobre él había un cartelón con el nombre de la institución.
En la fachada se
asomaban ventanas. Las del nivel inferior tenían rejas de hierro pintadas en
blanco y las de demás estaban protegidas con un cerco exterior de tela metálica
que recordaba a las de un gallinero. Parecían que su función era más impedir
salir, que evitar entrar.
. Luis salió el primero
del coche. Abrió un paraguas azul con el logo de una cadena de hoteles. Fue a
resguardar a Eva y a Paula que salieron a continuación. A Eva no le parecía
buena idea que les acompañara su hija, pero no tenían con quien dejarla así que
no hubo otra opción. Luis cogió a la niña de la mano y los tres arrebujados
bajo el paraguas azul subieron los escalones que conducían hasta el porche.
Una vez delante del
portón Luis pulsó un timbre, que estaba justo al lado, empotrado en el muro
bajo una tapa para protegerlo de los elementos. Pasaron unos segundos. Una
mirilla se abrió y el rostro de una mujer apareció tras una celosía.
- Buenos días, en que
puedo ayudarles, dijo con una voz fría y carente de interés.
- Buenos días .Contesto
Luis alzándose en portavoz familiar,
- Venimos a visitar a un
niño.
La mujer replicó sorprendida,
casi molesta.
- Lo siento debe haber
un error en este centro no hay régimen de visitas.
Eva y su marido se miraron.
Luis volvió a tomar la palabra mientras sacaba del bolsillo interior del abrigo
la documentación.
- Perdone que insista;
pero antes de marcharnos, nos gustaría que viera esto .Dijo acercando el
documento a la mirilla, para que pudiera leerlo.
Tras unos instantes la
mirilla se cerró y se oyó el ruido de unas llaves. El portón se abrió con un
lamento de bisagras.
La mujer que salió a
recibirlos aparentaba unos 60. En la cara las líneas de expresión, hacía varios
años que habían pasado a la categoría de arrugas. Los ojos grandes y perfilados
de negro igual que sus pestañas, cargadas de mascara acentuaban aún más sus
ojos oscuros. El pelo cano, sin teñir, caía sobre sus hombros como una cascada
de plata sin bruñir. No era una belleza; pero tuvo que romper algún corazón en
su juventud. Llevaba unos pantalones grises de pinzas y un jersey de lana negro,
sobre el que sobresalían los cuellos de una camisa blanca. Los zapatos también
negros, de dos dedos de tacón le daban una talla media, que no tenía.
Los invitó a entrar y se
disculpó.
- Perdónenme pero tienen
que comprender que esto es del todo excepcional. Por favor si tienen la bondad
de esperar unos minutos, comentó señalando una habitación que se habría a la
derecha del hall de entrada. Los tres entraron en la sala.
Era poco más que dos
sofás de polipiel, marrón algo ajados y una mesita de cristal y cuerpo de metal
dorado, que ocupaba el vértice del ángulo formado por los dos divanes, no había
ventanas.
Se sentaron Paula junto
a Eva, en un sofá y Luis solo, en el otro .Cuando estuvo segura de que la mujer
había desaparecido Eva miró a su marido y habló.
-
A mí este sitio me pone los pelos de punta. Y ¿qué era eso?, de que esto es...
¿cómo dijo?; excepcional. Dios mío en que lío nos estaremos metiendo.
Pasaron unos diez
minutos, cuando el ruido de los tacones, sobre el suelo de terrazo, anunció la
vuelta de la mujer. No volvía sola. La acompañaba un hombre. Luis y Eva se
levantaron al verlos entrar.
- Les presento al Doctor
Orgaz. Comentó la mujer. El doctor era hombre bajo, de unos 50 años,
completamente calvo, de cara rolliza y gafas de montura redonda, que le daba un
aire bonachón .Llevaba una bata blanca desabrochada, que dejaba ver, una camisa
a cuadros marrones y verdes y unos pantalones de pana beige. Es el director de
este centro. Informó.
-Buenos días, dijo
mientras le tendía la mano. Me ha comentado Livia que venían a ver a un niño y
que traían un permiso "especial", ¿verdad?
- Sí, creo que se llama
Set. Dijo Luis, ofreciéndole la documentación, después de estrecharle la mano y
presentarse él y al resto de su familia.
-Ya veo. Contestó el
doctor a la misma vez que examinaba los papeles. Bueno, pues vamos allá. Livia
por favor lleve a Set a mi despacho.
- Si tienen la
amabilidad de acompañarme. Dijo a los visitantes instándoles a seguirlo.
Livia desapareció con el
golpeteo de sus zapatos de tacón tras de si.
Le siguieron por un
laberinto de pasillos pintados de blanco y zócalos alicatados en el mismo
color, que regularmente se veían flanqueados por puertas sin rótulos, que
informaran de la utilidad de la habitación a la que se abran.
Eva
caminaba, cogiendo de la mano a Paula, un paso por de detrás de su marido, que
encabezaba la marcha junto al doctor. No dejaba de dar vueltas a la cabeza. ¿Un
doctor, director de un Orfanato? y este silencio, en un lugar que se supone que
debe estar lleno de niños. No le quedaba ninguna duda. Este lugar, no era una
casa de acogida; era algún tipo de hospital. Ese solo pensamiento le hizo
ponerse aún de peor humor, del que ya estaba. Venían a ver a un niño enfermo
Dios sabe de qué y Paula se paseaba por un hospital. Cada paso que daba, se
reafirmaba más en su opinión primera. No tenían que haber venido.
Continuará...
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