La boca/puerta seguía cerrada, había metido la llave y la había girado pero el
cerrojo aún se empeñaba en no dejarlo
pasar. Golpeó con el puño, sintió dolor en la mano
y en la cabeza que retumbó. La madera maciza
recibió el impacto en silencio y sin inmutarse. No había timbre.
- ¡Laura, ábreme! ¡¿Va todo bien?!
En los oídos su propia voz
le sonó ridícula y débil a pesar del silencio nocturno. Laura no lo oiría.
Otra aguja de dolor se clavó en el acerico/muñeco de vudú en que se había convertido. La oscuridad de la noche repentinamente tornó en azul, un azul lacerante que le quemaba. Se protegió los ojos con las palmas de las manos intentando protegerlos de ese
resplandor eléctrico. En nada o
en muy poco le alivió, pues aquella luz
no provenía del exterior si no del interior de su propia testa. Fue
como una ola, cuya resaca le dejó manchas negras en
el campo visual y un pulso doloroso, soportable, en la base del cráneo que igual que una boya meteorológica advierte que
el temporal no había acabado, que más adentro, en el corazón azul del océano la tormenta se rearmaba.
Tenía que entrar en la casa, tenía que encontrar alguna manera de hacerlo, la pura frustración le hizo embestir con el hombro al portón. Notó como algo crujió dentro de él. Así no lo conseguiría.
Rodeó la casa escudriñando, buscando
alguna forma de trepar hasta una ventana de la segunda planta. Tonterías, era imposible para él, no era ningún atleta, ni incluso aunque le arrojaran una cuerda podría conseguirlo, sólo miraba hacia
arriba y andaba, rondando alrededor de la
casona, que se bahía convertido en el
brocal de un pozo en el que él estaba atrapado
sin remedio.
Pero tenía que entrar, allí dentro estaba su familia y tenía que sacarla.
Algo pasaba, lo presentía. Era algo más que una corazonada, algo más que el recuerdo de dolor de una cicatriz cuando cambia el tiempo. Era ese
algo que lo hacía raro y diferente,
ese algo que tanto se habían esforzado, primero
su madre y después él en ocultar. Era su don que ahora se expresaba con la claridad de la desesperación, que luchaba por ser reconocido, como el catatónico que araña la tapa del ataúd para convencer al mundo de que estaba allí y de que estaba
vivo y que ahora le gritaba desde dentro de sus entrañas: ¡Corre, sálvalos!
El garaje, ¡las herramientas!...La
idea era un cuchillo caliente abriéndose camino entre
su masa encefálica de mantequilla.
Seguro que allí encontraba algo
que le permitiría abrir la boca a aquella
casa. Pensó en un mazo o algo que pudiera utilizar como ariete pero
lo más parecido que halló fue un hacha. Bien,
golpearía la puerta con el contrafilo hasta arrancar el cerrojo y
si no, al menos Laura oiría los golpes.
Continuará...
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