La oscuridad era absoluta y el silencio sólo
era roto por el siseo de respiración aguda y silbante de algo roto. El viejo
estaba sentado en un sillón en el centro de la nada. Sus ojos estaban abiertos
aunque no los necesitaba para ver. Su cuerpo estaba allí de la misma forma que
el exoesqueleto abandonado de una crisálida que avanza en su metamorfosis. Era
una cascara, un recipiente, pero él no estaba.
Blanco... Azul..... Blanco....Azul.
La luz lo colmaba todo; era
agradable flotar en ella. Retozar en su blandura. Todo estaba romo sin aristas,
todo virgen, sin muros que impidieran el paso, sin foso, sin puertas que
hicieran privado nada. La mente de Paula era como una nube de algodón y a él le
encantaba alimentase allí. Sin riesgo de
arañase con alguna borde o alguna dureza. La dulce y blanda mente de una niña
es un manjar tierno e inocente. Llevaba tiempo buscando algo como ella. Estaba
harto de mentes vulgares y enfermas. Sólo desperdicios con las que apenas podía
subsistir, esta niña era una delicatessen en comparación.
Primero descubrió a su madre, su energía
era un chorro que emitía de la misma forma que una hoguera en la noche fría
promete luz y calor. Una mente apetecible pero fuerte, bien defendida, y en su
estado no se sentía con ánimos, entonces percibió a Paula, fue igual que ver
una florecilla entre las espinas. Sólo tenía que apartarlas y sería toda para él.
La llave era su padre, una mente sin valor y anodina, como la de casi todos los
hombres, que no era más, que un trozo pan duro. Pero hasta el pan duro tenia utilidades,
vaya si las tenía.
<Dos semanas más tarde>
Las gotas de lluvia resbalaban
por el cristal, formando pequeños torrentes verticales, que confluían con otros,
para ir a morir en el alfeizar de la ventana. El día de Navidad había llegado,
regalando a la ciudad calles anegadas y garajes inundados con la promesa del barro.
La niña hacia garabatos en la condensación,
que su aliento dejaba en el cristal. Con su dedo, perfilaba figuras, que
lloraban hasta deshacerse sobre el frio lienzo.
Las luces parpadeantes del árbol
se reflejaban dando un aspecto psicodélico al conjunto de figuras derretidas y
brillos, ora rojos ora azules, ora verdes. Papa Noel pasó como todos los años, dejando
un anticipo de caramelos y chocolates que harían la espera de los Reyes Magos más
dulce y corta. Justo ahora, paladeaba parte del botín, un caramelo, con sabor a
menta que hacía que el aire que inhalaba fuera tan frio que pareciera que
estuviera en la calle bajo la lluvia y no en el caldeado salón de su casa.
- ¡Jo!, no vale, siempre adivinas
que voy a dibujar. Dijo la niña en voz alta.
-¿Qué dices Paula? No te he oído bien.
Pregunto Laura que venía de la cocina.
- Nada mamá, es que siempre sabe
lo que voy a dibujar. ¡Hace trampas!
-Ya estás otra vez discutiendo
con él. Para ser amigos os lleváis fatal. Siempre estáis regañando.
Paula había comenzado hacia poco
a hablar con un amiguito imaginario, decía que vivía dentro de su cabeza y que
le contaba secretos. Laura no le daba demasiada importancia, pues según leyó en
un blog de psicología infantil, era bastante común, que los niños a esa edad e
incluso antes desarrollaran este tipo de fantasías. Lo que no le gustaba nada,
era que se suponía que los amigos imaginarios no se peleaban y mucho menos hacían
llorar a sus pares reales. Otra cosa que la preocupaba es que no tenia nombre.
Paula se refería a él, como "el otro".
Por su puesto, sus miedos eran
privados. Ni se le había ocurrido, decir nada a su marido. La verdad, es que de
todas formas, tampoco es que hablaran mucho; desde que cogió el nuevo trabajo
no paraba en casa. La relación estaba agonizando; la cena de Nochebuena y la
comida de Navidad habían sido una mera formalidad pensando en la niña.
- Paula, ven. Vamos a ver la tele,
comento la mujer a la vez que se acomodaba en el diván, que van a poner una
peli de dibujos muy chula. Se llama "Cuento de Navidad". A mí me
encanta, ven aquí conmigo...
La niña se alejó de la ventana y
dando dos zancadas salto sobre el sofá de piel crema, cayendo sobre su madre
que la recibió con un montón de dedos que le hacían cosquillas. Tras la pequeña
escaramuza y después de recobrar el resuello. Paula se arrimó todo lo que pudo
a su madre aspirando su aroma y sintiendo la caricia de su batín de fieltro
rojo. Con el puño cerrado comenzó a restregarse el ojo derecho que aún le
lloraba de las risas. Luego utilizó el otro puño para restregarse el otro.
Laura miró a su hija.
- Paula déjate los ojos que te
los vas a irritar.
Los puños se restregaban por los ojos.
Pararon unos segundos, para comenzar de nuevo a frotarlos con más fuerza e
intensidad provocando que lagrimearan abundantemente. La voz de la niña fue
subiendo tonos pasando del susurro al grito.
- Mamá, no veo. Mama no veo. Maamaá
nooo veoo. ¡NOO PUEEEDOO VEER.!
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Las puertas dobles de cristal se
apartaron con un siseo de cobardía. Luis traía en brazos a su hija y Laura los
escoltaba dando las zancadas más grandes que podía, para mantenerse a la par de
su marido.
Un celador les salió al paso con
una silla de ruedas.
Tras el registro. La niña desapareció
por unas puertas batientes con ojos de buey. Laura iba con ella. Luis las miró
y sintió como si algo se rompiera dentro de él. No podía hacer otra cosa que esperar.
Tenía el aspecto de un perro apaleado que buscara un lugar donde dejarse caer y
lo encontró en una silla de plástico azul descolorido en la sala de espera.
Las agujas del reloj analógico de
la pared se habían asociado con las del de su muñeca y se arrastraban con la
lentitud del bisturí del sádico que tortura a su víctima con infinita
paciencia. En la sala había varias personas que también aguardaban,
intercambiando miradas, unas vacías y otras curiosas intentando buscar el
consuelo y solidaridad en las desgracias ajenas. Todos debían ser hijos o cónyuges,
que aguardaban a padres o esposos ancianos, a los que Santa Klaus había sorprendido
con caderas rotas, infartos o derrames cerebrales. El deseo de poder cambiarse
por cualquiera de ellos, broto de su yo más egoísta.
Las preguntas se retroalimentaban
en un circulo eterno, persiguiendo a las respuestas. ¿Qué le pasaba a su hija?
¿Se pondría bien? ¿Por qué tardaban tanto? El catalogo era estúpido en la mayoría
de los puntos. Pero era el catalogo, que siempre se usa, ante situaciones como esta.
Preguntas que Luis guardaba en el subconsciente y que no tenían otra finalidad
que la de hacer aún más daño; pues como sabia, cuando se las formulaba, no podría
contestarlas.
A pocas decenas de metros de allí,
en línea recta atravesando, las paredes de Pladur, de varias consultas estaba Paula.
La niña estaba tumbada en una
camilla quieta y en silencio, mientras ondas invisibles rebanaban su cráneo. Las
exploraciones previas no habían reflejado ningún problema en los ojos, por lo
que el equipo médico decidió buscar alguna lesión en las partes asociadas a la visión
del cerebro.
-¡Mamá, mamá!
La niña comenzó a vocear. Laura
estaba en un cuartito contiguo. Cuando oyó la llamada de su hija irrumpió en la
sala y se acerco a la niña que intentaba salir de la máquina de TAC.
- Puedo ver, mamá puedo ver. Paula
y Laura se abrazaron y una lágrima surco la mejilla de la madre.
-Mamá ha sido el otro, pero me ha
perdonado. Estaba enfadado mamá, pero me ha perdonado.
La voz de la niña temblaba de emoción.
Las palabras entraron en los oídos de Laura como un hierro al rojo. El vello se
le erizó. La nausea que le contrajo el estomago haciendo que el alimento condimentado
con los ácidos de la digestión se le subiera a la garganta. Lo volvió a tragar
haciendo un gran esfuerzo para reprimir la arcada.
-Ssssh, ssssh. No digas nada.
Calmaba a la niña mientras la abrazaba y le mesaba el pelo.
-Ya mi niña, ya se acabó. Le mintió.
Continuará
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