Estaba sobre el parabrisas,
pillado con el limpia. Era un trozo de papel pequeño, poco más que una
octavilla, y de color blanco. No parecía ser un panfleto publicitario del tipo
“compro su coche” o “Mujeres ardientes te esperan, disponibles 24Hrs”. Más de
cerca la hipótesis se confirmó, efectivamente era una hoja que había sido arrancada
con rabia de un cuaderno de esos de espiral metálica típicos de escolar, con
tanta, que la habían rasgado dándole una forma trapezoidal. Uno de sus vértices,
él que asomaba por arriba del limpiaparabrisas se agitaba con la brisa como un banderín, llamando
la atención. Seguro que tengo un golpe en el maletero o en una aleta y esos son
los datos del que me lo ha hecho. Bueno, algo es algo pensó. Se equivocaba.
Antes de recoger la nota rodeó el vehículo buscando el golpe o el rozón en la
pintura, pero no lo halló, el coche estaba exactamente igual que cuando lo
había dejado aparcado esta mañana. Entonces dio un tironcito del papel
liberándolo de su presa y lo leyó. Estaba manuscrito con un lápiz negro
desafilado y con una caligrafía tosca e irregular de analfabeto, que le obligó
a releerlo varias veces para estar seguro de que había entendido bien su
mensaje; sólo eran tres palabras. Mañana estarás muerto.
Continuará ¿?
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