Siempre que llegaba a casa tarde,
que era casi siempre, la veía. Aquella luz siempre estaba encendida.
Una puerta estaba abierta y la
luz salía como un dedo amarillo que rasgaba la oscuridad, dejando ver primero a
través del escaparate y luego de la persiana metálica el resto del local
desierto. El local pertenecía a la constructora que hizo la urbanización y llevaba
así, vacío, desde que se mudaron hacia ya al menos ocho años. La empresa debía
de usarlo como almacén, pero jamás había visto entrar o salir a nadie. Por eso
llamó su atención que aquella luz estuviera encendida. La primera reacción fue de alegría. La actividad
en el local sólo podía indicar un aumento de negocio de la constructora y eso
era una esperanza de que fuera verdad que
la economía se empezaba a reactivar y no sólo un simple cacareo
electoralista en los medios. ¿Quién sabía? A lo mejor su suerte empezaba a cambiar
y comenzaba a revalorizarse su apartamento y en un futuro no muy lejano podrían aspirar a
cambiarla por una más grande. La crisis les tenía atrapados en aquel pisito tan
mono que compraron cuando eran novios, pero que se había quedado
insufriblemente pequeño, sobre todo desde que nació Laura. Sí, aquella
sensación alegre le acompañó mientras subía a su casa, por lo menos las
primeras veces. Los días pasaron, la luz seguía encendida.
Una mañana de sábado decidió
bajar a ver si la luz seguía encendida. Era una estupidez, lo sabía pero siempre que pasaba por delante
del local era tarde y ya entrada la noche, demasiado tarde para el horario
laboral de cualquiera relacionado con la construcción y la sospecha de que
simplemente la luz siguiera encendida porque se hubieran olvidado de apagarla
le estaba empezando a obsesionar, ese pensamiento se había convertido una feroz
larva que le estaba royendo por dentro.
El sol ya estaba lo
suficientemente alto para que sus rayos incidieran sobre el escaparate
convirtiéndolo en un espejo, haciendo imposible ver el interior del local, así
que apoyó las manos sobre el cristal formando una visera y se arrimó todo lo
que pudo. El local estaba completamente a oscuras, la luz estaba apagada. Una
sonrisa boba se le colgó de los labios, semejante a la de un adolescente al que
le dan su primer beso, sólo que a él lo único que habían dado a cambio dejar
una mancha de grasa sobre el cristal fue otra de polvo en la punta de la nariz.
No volvió a pensar en aquello
hasta unos días después.
Fuese por un motivo o por otro no
volvió a pasar por delante de aquel local, sin embargo la casualidad hizo que
aquella noche la única plaza de aparcamiento que quedaba libre fuera una justo
enfrente de él y la luz estaba encendida.
Aparcó, mientras lo hacía, se
descubrió fisgoneando por el retrovisor, le sudaban las manos, estaba nervioso.
¡Dios mío! aquello era una locura, parecía un novio que llegaba tarde a una
cita. Bajó del coche prometiéndose que no se volvería a mirar aquel local vacío,
polvoriento y oscuro, excepto por esa luz que salía de aquella habitación; era
como el mantra autocomplaciente del eterno exfumador, si lo había dejado una
vez, podría hacerlo otra. No volvería a mirar a aquel local vacío, polvoriento
y oscuro, excepto por esa luz que salía de aquella habitación; excepto por
aquel maldito chorro de luz amarilla, que salía de aquella maldita habitación,
que salía de aquel maldito local, vacio y polvoriento, con el escaparate sucio
y aquella maldita persiana metálica levantada a media altura. Casi lo había
rebasado cuando…aquella maldita metálica levantada a media altura…lo paró en
seco.
La calle estaba desierta y
curiosamente en silencio, hacía frío y pasaban casi dos horas de las diez de la
noche. Los gorditos trotones (no tengo el colesterol alto ni ná) y los runners (mi mujer no me deja comprarme
una bicicleta de 1000€) habían desaparecido, incluso las parejitas de novios
(no queremos hijos pero nos compramos un perro porque tenemos mucho amor que
dar y muchas cacas que dejar sin recoger) también se habían esfumado. Estaba
solo y aquella persiana metálica levantada a media altura era una invitación, y
sólo podía ser para él, no había nadie más. Pero eso no tenía ningún sentido,
se repitió una vez más...Simplemente la persona que está dentro la ha dejado
así para volver a salir. Sí, eso era, así de simple.
-Claro y por eso las otras veces
se ha encerrado a cal y canto.
-¿Y por qué no? Sabes que no es
así, lo sabes, te está esperando, pero si te tenía hasta el aparcamiento
reservado.
-Echaré sólo una mirada, nada más
no pasaré del umbral. Se volvió a mentir.
- ¡¿Holaaa?!
En sus tímpanos el “Hola” sonó a
vocecilla de niño asustado, como esos de las películas de animación, cuando el
protagonista se queda solo, perdido en medio de un oscuro y tenebroso bosque, casi tan oscuro y tenebroso
como aquel local, si no fuera por la luz amarilla que estaba encendida. Nadie contestó.
Bueno, su curiosidad había sido saciada, lo
había intentado; o no había nadie o no querían visitas, lo mejor sería seguir
su camino e ir a casa, además era tarde y ¡qué diablos!, se estaba comportando
como una vieja alcahueta.
Algo interrumpió el haz de luz
amarilla que parpadeó por un instante. Allí había algo, quería decir alguien,
Pero el ya se marchaba, de nada serviría volver a decir “Hola”, un “Hola” no
contestado era suficiente para entender que no sería necesario un segundo.
- Gallina
- No es eso.
- Cló-cló… cló-cló
-¡¿Holaaaa?! Buenas noches, es
que la persiana estaba alzada y me preguntaba…
Aquello era patético. Pero
patético o no, se había agachado y ya estaba dentro de la enorme boca del rape,
como un pececillo curioso e imprudente atraído por la luz. Y si estoy interrumpiendo algún negocio sucio
y si en este mismo momento están pagándole un soborno a alguna autoridad por
una licencia de obras, más que nada para ahorrar tramites y burocracias (como
le explicarían antes de darle una paliza y meterle el cañón de una pistola en
la boca para recordarle lo que puede llegar a picar la curiosidad) Sí, se estaba
metiendo en algo que no le incumbía ...¡Ay Dios! ya era tarde algo...alguien se
había vuelto a poner delante del foco de la luz interrumpiéndola por unos
segundo y por este espacio de tiempo se hubiera quedado completamente a oscuras
si no fuera por la leve claridad sepia de las farolas de la calle. La luz
volvió a manar libre.
- Bueno, pues ya me marcho, sólo
era para recordarle que tenía la persiana levantada...Por si se le había
olvidado y eso...Como es tan tarde y este barrio es tan solitari.., digo
tranquilo.
El estruendo de una montaña de
hierro al derrumbarse le hizo saltar y dar un gritito cursi y afeminado…la
persiana había bajado de golpe…al final iba no iba a resultar tan exagerada la
metáfora del pececillo y el rape. ….
Una semana después todas las
farolas del barrio tenían pegada una hoja de papel solicitando ayuda en la
búsqueda de un vecino desaparecido. La pista se perdía junto a su coche,
estacionado justamente enfrente del local, ése que llevaba tanto tiempo vacío y
donde no había ninguna luz encendida.
FIN
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