martes, 2 de junio de 2015

Oculto tras la luna.

                                                  Basado en una historia real?


5:00 a.m. hora zulú.
Los campanazos del reloj/despertador analógico irrumpieron estruendósamente en la habitación de la casa situada en una pequeña colina a unos pocos metros sobre el nivel del mar en una pequeña localidad del sur europeo de cuyo nombre no debo acordarme..
Como cada mañana, Mr. H. (llamémosle así para no alimentar suspicacias) abrió levemente un ojo, casi sin temblarle el párpado. Le bastó un sólo segundo para poder saber que al menos en esa habitación donde dormía cada noche, todo estaba perfectamente.
Hizo enmudecer el despertador, aguardó unos segundos inmóvil concentrado en captar cualquier pequenño ruido que pudiera estar en disonnancia con el habitáculo y de un salto se puso en pié.
Todavía a oscuras por el horario y sin encender ninguna luz, se vistió, se asomó al comedor y vilvió a reconocer su hábitat. Todo estaba bien.

Sin tiempo que perder, salió al exterior, respiró hondo como queriendo llenar hasta las tripas de ése olor a salitre, espuma y arena que tanto le gustaba..
Hasta tres inspiraciones prufundas contabilizadas mentalmente en siete segundos.
Pero no había tiempo que perder, toda su vida queriendo retirarse en una casita frente al mar y esa venía con ganado y pastos. Era esa o ninguna en aquél pueblecito perdido entre calas de medio punto y situada en el desembarco de aquella cordillera de picos ásperos donde apenas había cobertura alguna, así que hubo que tragar con las condiciones si quería ese lugar en concreto. Ya habría tiempo de vender los animales, pensó en su día..
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Ya llevaba casi cinco años viviendo allí y aún conservaba casi al completo el rebaño. Le había gustado esa responsabilidad, le suponía un reciclado de actitud y responsabilidad cuidar de esos seres vivos, mantener su casa ordenada y limpia. Rústica, de apariencia casi abandonada y con una estética adecuada al entorno natural. No lo rompía, casi no se percibía al fondo de la cala entre la maleza autóctona y la carretera de tierra llegaba hasta unos doscientos metros de su casa. Más que válida para vivir como un asceta y tener un tiempo positivo de reacción ante cualquier visita no deseada.

La casa estaba completamente en regla, salvo por un pequeño detalle: no había la más mínima señal de civilización digamos, actual. No tenía luz electrica, pero tenía un motor de gasoil que arrancaba en caso de una circunstancia singular y sin prolongarlo mucho en la noche. Quería y necesitaba estar alejado de la civilización y no quería saber nada de teléfonos y mucho menos internet, así que si alguien quería ponerse en contacto con Mr H. debería presentarse allí y allí sabían que vivía el ministerio de defensa y la guardia civil de el pueblo..



Escuchó la ebullición de la cafetera avisando que ya estaba listo el maldito brebaje. Sabía que era algo sicológico, pero por qué renunciar a ése pequeño placer, era algo tan espirituoso..el olor a fuego natural y el aroma del café daban a la casa una sensación muy familiar, le devolvía aquellos momentos de la niñez entre juegos y sueños que ya empezaba a tener, como cualquier niño.
Pero este fué un niño especial. Aprendió pronto a andar, pero hablar le costó un poco más. Su pequeña cabecita estaba en continuo procesamiento de todo lo que le llegaba del exterior, ruidos, luces, colores, voces, perosnas, sombras..
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Mr. H. se dió cuenta con apenas ocho años que no era bueno para él ni al parecer para su familia, que dijera que algunas veces cuando se quedaba solo en la casa, se sentaba en el centro del comedor, inmóvil, observando e intentando descifrar cada ruido que llegaba a sus oídos..
Pensaba que si respiraba suave y superficial haría menos ruido y podría escuchar mejor...dos minutos..parece que en la habitación de al lado han respirado fuerte..
Y lo sintió. Sintió que alguien lo estaba observando en total silencio, desde la oscuridad de la puerta entreabierta de la habitación que tenía a la derecha. Respiró hondo esta vez y giró sus ojos tan rápidamente como pudo...
Hubiera jurado en ese momento que una nube negra se escondió a la velocidad de la luz, desapareciendo en la oscuridad del cuarto, pero dejó un rastro en la retina del joven H. Cerró los ojos con fuerza como queriendo rebobinar mentalmente lo que sabía que había visto y tratar de entender lo que era, pero el miedo era tan grande, que su instinto de supervivencia le obligó a abrir los ojos y volver a mirar a la puerta entreabierta con la esperanza de que fuera su hermano mayor queriéndole gastar una broma, pero no se atrevió a moverse de allí hasta casi una hora después, que llegó la familia, volviendo a invadir la casa entre comentarios y gritos provocados por los juegos infantiles, pero él sabía lo que había ocurrido. Lo contó y esa noche casi se queda sin cenar por el enfado que le supuso ver a su familia reirse a carcajadas primero y regañarle después ante la insistencia sobre lo experimentado. Se fué a la cama y se durmió por agotamiento, le aterraba la idea de que esa sombra le visitara por la noche, pero un cuerpo de ocho años poco puede aguantar sin dormir, así que irremediablemente se quedó dormido...

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 El ganado esa mañanase encontraba con la misma ansiedad de libertad que cada mañana, abrió las puertas del corral y en un aparente desorden fueron saliendo hacia el norte, buscando los altos de los cerros cercanos. Conocían el itinerario y Mr. H. las acompañaba en su particular pastoreo de observar los animales y el entorno, pero esa mañana tenía que revisar su embarcación de una pequeña vía que se le abrió unos días antes por el temporal de febrero. Febrerillo el loco, como siempre decía su familia y ahora los lugareños también.

Permaneció unos minutos de pié detrás de la casa hasta que desapareció el último animal y se aseguró que no había nadie en los alrededores.
Seguro?
Escuchaba algo, como piedras cayendo? no, era cíclico y parecía acercarse. Permaneció inmóvil en la esquina donde se encontraba. oculto entre las últimas sombras que quedaban ya a las 6:30 de la mañana, hora zulú.
Entornó un poco su ojo izquierdo y a los pocos segundos ya pudo distinguir la nube de polvo que se levantaba en el camino. Siguió inmóvil, esperando a poder distinguir la figura de aquello que se acercaba a no poca velocidad, por lo que dedujo que sería un gran vehículo, todoterreno, seguramente.


El land rover llegó hasta el final de aquel camino sin asfaltar y avanzó unos pocos metros más deteniéndose casi con brusquedad, no sin antes dar varias ráfagas de luz encañonando la casa a modo de aviso junto con largos gritos del claxon.

El sargento parecía un buen tipo, de trato respetuoso, pero directo, de autoridad diplomática, pero firme. Un señor cerca de la jubilación, pero muy implicado en sus responsabilidades. Las pocas canas que le quedaban como recordatorio de lo que en su día fuera un pelo castaño, delataban una vida dedicada a su vocación no exenta de pocas anécdotas. Toda una enciclopedia viviente del Cuerpo.

Solo en el preciso momento en que le vió bajarse del coche, Mr. H. rompió el horizonte y se mostró visible ante la autoridad, aunque no sin precauciones empezó a caminar hacia el sargento, al llegar a pocos metros, se saludaron cortésmente, pero sin confianzas.

Buenos días, sargento. Viene vd, muy temprano, no sé si me va a alegrar verle. Necesita algo de mí?
-buenos días, prefiero despertarle antes que buscarle, no se deja ver vd. fácilmente por el pueblo.
Estoy ocupado con mis cosas, ya sabe, todos los días hay faena.
-mire, anoche nos llegó un sobre al cuartel certificado desde Madrid. Lleva sus datos y me piden su firma en este recibí para escanearla y enviarla por nuestra intranet. Aquí tiene: por favor, fírmela que debo volver de inmediato y enviarlo.
De acuerdo, sargento, deme y lo firmo enseguida.

El sobre venía lacrado y con el remitente en siglas que supo descifrar al instante. Sabía que su vida cambiaría irremediablemente en las próximas horas. Respiró hondo esa vez, sin intentar  controlar ningún gesto de preocupación. Su cara se había vuelto solemne y sus ojos se volvían frios. Como la madrugada.
El suboficial se le acercó un poco y en un tono mucho más afable le dijo: tiene con quien dejar los animales estos días? yo me crié aquí, conozco la zona y mi infancia la viví en el cortijo de mis padres, conozco los animales y no me vendría mal ir retomando el contacto de nuevo. Me voy a jubilar pronto y quiero vivir tranquilo aquí y dedicarme a disfrutar de esta tierra. Sin compromisos, me ofrezco sinceramente, lo haría con mucho gusto.

Gracias, sargento, no creo que esté fuera más de tres días, pero si no le sirve de molestia, le quedaría muy agradecido si viniera a cuidar de los animales. Detrás de la casa tiene todo lo que pueda necesitar para ellos.
El sargento asintió y le ofreció la mano como muestra de acuerdo y respeto y mirándolo fijamente le dijo: mire, no sé a qué se dedicaba antes, pero viendo el remitente, lo supongo. Me cae vd. bien, cuídese mucho y si la cosa se alarga, no tema, seguiré viniendo por aquí hasta que regrese.
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El ruido del helicóptero al despegar del portaaviones era ensordecedor, apesar de los aislantes acústicos de sus cascos protectores. Empezaba un viaje de casi una hora hacia un lugar perdido en la europa del este..
La misión estaba clara y había tenido el tiempo suficiente de estudiar detenidamente la localización del territorio y la ubicación del objetivo: una pequeña aldea casi perdida de no más de veinte casas, que despues de tres años del fin de la guerra en Bosnia, ofrecía serios problemas a los cascos azules. El pueblo estaba desierto, pero quien pasaba la noche allí, aparecía muerto, descuartizado o decapitado. No había fuerzas rebeldes en un radio de más de cien kilómetros a la redonda y aparentemente no existía vida humana allí.
El trayecto dejaba tiempo para el descanso y la concentración, pero un especialista revisa siempre todo lo  que lleva encima, nada del equipo puede quedar exento de una minuciosa supervisión. Eso, o arriesgarse a no volver nunca..

Cuando el paracaídas se abrió con ese zumbido tan característico al oponer su resistencia al viento, notó cómo todas las correas se clavaban entre sus ingles y los sobacos, una sensación bastante parecida a morir descoyuntado, algo que le resultaba muy familiar y para lo que fué entrenado específicamente...quince años atrás.
El viento le desfiguraba los mofletes y el frío terrible parecía arrancarle trozos de la cara a cada segundo que pasaba. Las pulsaciones estaban casi al límite del colapso, pero la adrenalina casi le hacía sentirse inmortal, poderoso.
El hábitat natural del ser humano se encuentra en el suelo, no en el aire.
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7:00 de la mañana, hora zulú, en algún paraje perdido entre las grandes montañas. Calculaba que habrían unos 6º bajo cero, una temperatura seria, implacable si estás perdido, herido o no llevas la suficiente vestimenta como para poder sobrevivir una noche allí.

Ahora tocaba moverse como un animal de la zona, con mucha precaución. No dejar rastro, no alterar la supuesta paz que parecía que había, no delatarse por un ruído ni ofrecer ningún rastro de visualización a ningún ser vivo. Y no romper el horizonte.





Desde el punto de llegada hasta aquella pedanía no habría más de diez kilómetros, pero tardó en acercarse casi todo el día, debía asegurarse cada pocos metros que nada ni nadie le había detectado, parándose a observar a su alrededor cualquier cosa que le hiciera ver alguna anomalía, algo que no encajara entre tanto bosque nevado.
Su uniforme mimetizado era blanco completamente, así como todos los elementos que necesitaba para hacer su trabajo, todo era de un blanco impoluto, excepto una red verde caqui que llevaba bien guardada.

Así llegó hasta la aldea, con movimientos suaves, casi elegantes, escudriñando cada rincón como si fuera una pantera en la jungla estudiando los puntos débiles de su presa y sorprenderla para darle caza y no darle tiempo a reaccionar. Una bala, una baja.
Llevaba cuatro cargadores del 7'62 para su rifle de larga distancia con silenciador y mira telescópica, además de explosivos plásticos y diferentes herramientas de supervivencia.
Una vez situado en el alcance óptimo de su visor mocturno(150mts) estudió una buena ubicación. Debía ser la que le ofreciera el mayor ángulo de observación de la pequeña aldea y a su vez el lugar debía ofrecerle la mayor protección.
Analizado esto, se decidió por el lado oeste, para recibir el sol al amanecer y poder estudiar el lugar desde el ocaso, pero debía hacerlo desde uno de aquellos impresionantes árboles centenarios. Todo estaba blanco, todo del mismo color.

Subido a el mejor árbol que encontró para que escondiera su cuerpo y a más de quince metros de altura, sabía que no se movería de ahí en las próximas cuarenta y ocho horas como mínimo, No podría moverse. Para nada absolutamente.
Lo primero era asegurar su lugar de apoyo con unas correas para evitar una caída que le resultaría mortal con seguridad.
Adoptar en la postura el crecimiento, la expresión del árbol, las formas de sus ramas.
Crear el mejor punto de apoyo para el arma de precisión. Debe quedar de tal forma, que no rompa la armonía de las ramas y que se mantenga sola, apoyada casi junto a la bocacha y de movimiento seguro.










Una vez convertido en árbol, tocaba estudiar en profundidad la aldea. Tenía por delante un par de días de ser una central de datos, comparativas y deducciones. Horas de poner a prueba tu mente. Ella a de hacerte pensar que no necesitas moverte, casi ni respirar, hay que bajar las pulsaciones y hacerse ajeno a las inclemencias del tiempo.


El fin es observar, localizar y si es necesario, actuar.

Continuará..

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