La carretera serpenteaba
sobre las colinas de la dehesa, preñada de encinas y alcornoques, con los
troncos desnudos, del corcho arrancado. Los cerdos husmeaban el suelo en busca
de sus frutos o de cualquier otra cosa, que su apetito omnívoro considerara alimento.
Unos cercados de alambre, cuando los había, los separaban de la carretera.
La carretera era apenas,
dos carriles de asfalto parcheado, sin arcén. Al coche que conducía Luis le venía
una talla pequeña.
La salida de la
autopista había ido degradando en calidad y cantidad, hasta que había quedado
reducida a la comarcal por la que iban y que les conduciría a la Puebla de Montefrio.
Habían recorrido unos diez kilómetros pero aún faltaban otros tantos, según la
señal que acababan de rebasar.
La aguja del velocímetro
no sobrepasaba los 80. El estado del firme, ademas de lo revirado de la vía no
lo aconsejaban. Pero Luis quería llegar cuanto antes. El trayecto se le
antojaba interminable. De hecho en una ocasión había acelerado, topándose con
un camión cargado de ganado, con el que casi choca al entrar en una curva. Tras
el susto, se resignó, no asumiría más riesgos; pero los nervios se lo seguían
comiendo… no terminaban de llegar al maldito pueblo.
La figura encorvaba apareció
de repente. El A6 salía de una curva cerrada para tomar la siguiente que torcía
hacia el lado contrario. Cuando Luis lo vio por primera vez, aunque sólo por
una fracción de segundo, la propia curvatura de la carretera le impidió hacerlo
más tiempo. La escasa distancia que los separaba desaparecería inexorablemente
en pocos segundos. El lento pedaleo del ciclista no era rival, para los cientos
de caballos que llevaba bajo la carrocería.
El hombre sufría sobre
la bici. Desde luego su aspecto físico, no era el de un deportista. En el
maillot sudado resaltaba la espalda cargada de grasa, con unas lorzas sobresaliéndole
a la altura de los riñones. Luis redujo la velocidad a su paso, no se atrevía a
adelantarlo. A las facilidades que daba la calzada, se sumaban las eses que describía
el ciclista, fruto del agotamiento.
- A ese hombre le va a
dar algo. Pensó.
Como si se tratara de
una orden, el hombre se desplomó sobre el manillar, cayendo sobre el asfalto,
en una avalancha de carne y aluminio. La reacción fue instantánea. Dio un pisotón
al pedal del freno, deteniendo el coche justo antes de pasarle por encima.
El ciclista yacía
bocabajo, inmóvil, con la cabeza ladeada. Luis se apeó del coche y corrió a su
lado.
- ¿Está usted, bien..?.
¡Qué tontería de pregunta! Exclamó Luis agachándose. Probó a tomarle el pulso.
Era débil, pero muy rápido, como el de un pajarillo. Tenía los ojos
entreabiertos y respiraba con mucha dificultad. Luis pensó en un infarto y rápidamente
le miró las manos. Efectivamente debajo de las uñas el color morado señalaba la
falta de oxígeno. A ese hombre le estaba dado un ataque al corazón y si no hacía
nada moriría. Tenía que darle la vuelta, para intentar reanimarlo. No pensó, ni
que fuera tan difícil, ni que pesara tanto. Cuando lo consiguió, vio a un
hombre de unos cincuenta años, de tez lívida como la cera, que se había
destrozado el lado derecho la cara. El asfalto se la había rasgado, llegando
hasta el hueso en algunas zonas. Reduciendo la piel y la carne a una pulpa
rosada cubierta de suciedad, rezumante de sangre.
Se disponía a insuflar
aire al accidentado cuando su ojos se abrieron de par en par. Clavándose en los
suyos. El pecho se le abombo y comenzó a toser violentamente, esputando grumos
de sangre que le recordaron a la gelatina de fresa que tanto le gustaba a Paula.
- Mmalddito.... hijjoo d
putaa... me has mmataadoo.
Las palabras se colaban
entre los esputos. Alzó las manos ,he intentó asirle por la garganta con las
escasas fuerzas que le daban los estertores de moribundo.
Pero ¿qué decía ese
hombre? , que él le había.... En ese momento giró la cabeza y vio la bicicleta
debajo de las ruedas del coche, completamente deformada. El morro del automóvil
tenía una abolladura sobre la parrilla de ventilación del radiador y un faro
estaba roto. Los cristales estaban desperdigados, unos por el asfalto negro y
otros sobre el asfalto rojo de sangre. Ahora volvió a mirar al ciclista. Tenía
el pecho hundido y en un costado había una especie de palo astillado clavado. Luis
tragó saliva. No. ¡Dios mío! Eso no era ningún palo. Era una costilla que salía
del pecho hendido. En la cabeza todavía llevaba el casco, pero por los respiraderos
resbalaba una sustancia; como un yogurt con trozos de una fruta exótica y gris.
Pero ¿cómo? él no había atropellado a ese hombre. Él no ...o ¿sí?. ¡¿Qué era
esta locura?!. Los ojos de muerto volvieron a la vida pero había algo diferente
en ellos. Su color, su color era distinto, ya no eran oscuros si no que eran azules;
del azul frio del hielo; como si la misma muerte le estuviera mirando. Set le
miraba. Era él, eran sus ojos.......
El vacío estaba sólo a
unos diez metros cuando consiguió detener el coche. ¿Habría dado una cabezada y
el coche se había salido de la carretera?. Luis bajó temblando, aún sentía el
frio de esos ojos. ¿Cómo había podido quedarse dormido?.
Atrás los niños
asustados gimoteaban. Cerró la puerta y se acercó al barranco todavía desorientado.
No supo calcular su profundidad, pero lo que sí sabía es que la caída hubiera sido
mortal de necesidad. Se pasó la mano por el pelo y regresó al coche, que seguía
entre los arbustos que acababa de embestir. Esperaba poder sacarlo, por sus
propios medios.
Después
de varias maniobras y acelerones consiguió llevar el coche de nuevo a la carretera.
Los niños ya habían recobrado la calma e incluso parecían felices de volver a
emprender camino. Sólo faltaban cinco kilómetros para llegar. Luis giró el
volante suavemente para salir de una curva, cuando lo vio. Allí estaba. El
ciclista obeso, esforzándose sobre la bicicleta, al borde del colapso.
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-Bien. Déjeme ver. A ver
si lo he entendido correctamente.
Usted asegura que en la
visita que efectuaron a una especie de residencia para niños acogidos y después
de que Paula estuviera allí, participando con uno en una especie de experimento.
En su hija o mejor dicho en la mente de su hija comenzaron a operar los cambios
que antes me ha relatado. Y que la manera de hablar que su hija ha empezado a
mostrar, es la misma de la del aquel niño.
- Sí doctor, eso es.
Fuimos hasta allí por una extraña oferta que le hicieron a mi marido. Después,
mire en internet y descubrí que la clínica había sido clausurada por un tema de
maltrato a los pacientes hacia tiempo y que el doctor que nos atendió estuvo
involucrado. Nunca pensé que Paula estuviera en peligro; sólo estuvo dibujando
con ese niño un rato y jamás la perdimos de vista .Esto parece sacado de una película
pero le juro que es la verdad. Toda la culpa es mía, no debimos ir.
- No cabe duda de que
suena extraño y la coincidencia en el tiempo da que pensar. Pero no creo que estén
relacionados directamente. Tranquilícese. Ahora lo primero es Paula. Aseguró el
doctor Jovellanos, a la par que le tendía una caja de pañuelos de papel, para
que se secara las lágrimas. Ahora no sabía que pensar de esa mujer. Primero vio
a una madre desesperada y un caso estimulante. Pero ahora no sabía muy bien que
veía.
Paula seguía absorta, en
un vídeo que el doctor le había puesto, para distraerla mientras su madre se
calmaba y él intentaba entender todo aquel embrollo. Los auriculares impedían
que la niña oyera la conversación. Lo que el doctor no sabía es que Paula no necesitaba
ningún sentido para conocer lo que le rodeaba e incluso cosas que no podía
percibir directamente. Ella ahora tenía otro punto de vista completamente
distinto.
Cuando todo comenzó fue
divertido, como un juego en el siempre llevas ventaja. Luego pasó a doler pero
no era un dolor, no como cuando te caes y te raspas las rodillas. No; era más
el dolor de cuando mamá se enfadaba con ella o de cuando papá chillaba a mamá.
Pero ese dolor se estaba pasando, comenzaba a acostumbrarse a él. Él le daba unas
cosas a cambio de otras. Algunas cosas no las quería cambiar y por eso ,el otro
le hacía daño . De la misma forma que cuando en el colegio Jaime le quitaba
algo.
Otras veces, si quería
lo que el otro le daba. Por ejemplo, cuando tenía más fuerza y ningún niño podía
meterse con ella, sin recibir una buena zurra. Eso sí era divertido.
Notaba como si su mente
se abriera y comprendiera cosas que antes, no podía; por así decirlo, se hacía
mayor por dentro a la vez que se quedaba pequeña por fuera ,o algo así . Tenía
la sensación de que el otro ordenaba su cabeza. Cambiando de lugar algunas cosas,
poniendo algunas nuevas; o quitando otras viejas, de la misma manera que lo haría,
si su mente fuera una estantería con juguetes. Era difícil de explicar. No sabría
decir si eso le gusto, pero no pudo hacer nada por evitarlo. Mamá y ese médico
no lo entendían.
Ella tampoco, hasta la
pasada madrugada, cuando lo entendió todo.
Era de noche y dormían,
ella no. Permanecía en su cama revolviéndose en su edredón de princesas. No podía
dormir, en su mente no había descanso. Los pensamientos, las ideas, todo, iba
de acá para allá, dando tumbos. Recorrían su mente, intentaban reconstruir o
recordar cómo estaba todo antes que el otro llegara y empezara a ponerlo a su
gusto. Por así decirlo, era como cuando te despiertas en medio de la noche y
vas al baño haciendo el camino de memoria, con la luz apagada. Pero no consigues
encontrar el camino, te golpeas con los muebles y las paredes, porque ya no están
en su sitio. Tanteado con cuidado. Avanzando pegada a las paredes como si lo
hicieras por el borde de un acantilado, donde un mal paso la precipitaría al
vacío negro e insondable.
La encontró por pura
casualidad, era la puerta.
En
realidad no sabía si puerta era un nombre correcto para eso ,pero no encontró
otro más apropiado, de hecho, no supo que lo que era hasta que se encontró al
otro lado.
.Fue
lo mismo que sentiría un alfiler, si pudiera sentir, cuando un imán la atrae de
forma irrevocable. Su ser interior, lo que la hacía una persona viva y racional
se vio atrapada en un torbellino que la engullía como una colilla en el wc.
Continuará...