sábado, 12 de septiembre de 2015

TE QUIERO






- Te quiero.
Las palabras salieron de sus labios flotando sobre el aire cálido recién exhalado de sus pulmones, igual que alfombras mágicas.
Ella solo acertó a sonreír tímidamente. Luego parpadeo, batiendo los párpados  como una mariposa sus alas, los alzó para mostrarle sus preciosos ojos verde esmeralda en una mirada fija en los suyos de color topacio.
-Y yo a ti. Contestó y apretó los puños mientras lo decía, los apretó tanto que se clavó las uñas, rojas y puntiagudas en las palmas de sus manos hasta que le sangraron. Una solitaria lágrima que no era de pena brotó.
-Pero no puede ser. Es mejor que te vayas.
- No me digas eso, me partes el corazón. ¿Cómo quieres que me vaya? Dímelo. ¿Cómo? Si tú eres mi raíz. Si soy porque estoy a tu lado. No, no me pidas eso. Porque me es imposible una vez te he contemplado.
- Lo siento amor mío y no habría nada más en el mundo que me hiciera feliz que estar a tu lado pero no podemos estar juntos, no te empeñes pues solo te causaré dolor. Un dolor más intenso que el de la partida. Un dolor que no se borrará con el tiempo, un dolor que se te pegará como una segunda piel, que jamás te abandonará. Cada mañana te despertará y cada noche te llevará a la cama para meterse en tus sueños. Royéndote como la carcoma, hasta desmenuzarte.
- ¿Qué daño? ¿Qué cosa tan horrible podrías tú hacerme? No lo entiendo. No comprendo cómo tú, la dueña de mis latidos, puede causarme ningún mal. Si no es el de la carestía de tu presencia. ¡Ay!, por qué me pides que me vaya. ¿Por qué me amenazas con pesadillas? ¿Por qué, dímelo mi amor?
- Nuestro amor no podrá cuajar, es tierra baldía esta.
Hundió la tempestad de rizos negros como la noche, en la marejada de su pecho y lloró. Él le mesó los cabellos mientras notaba como su pecho se encharcaba de sus lágrimas.
- ¿Cuajar? Ah! mi amor. Le separó su cara de porcelana de su cuerpo y le secó el llanto con el dorso de la mano. Nuestro amor ya ha cuajado. No temas pues no siempre las más bella flor es promesa del el fruto más jugoso. ¿Acaso por eso la rosas dejan de ser bellas? ¿Acaso los manzanos dan las flores más hermosas? No mi amor y es por eso, ¡Qué más bello ha de ser el amor nuestro! Pues no hay nada más puro que el puro amor que brota cual manantial de la roca para aliviar la sed a cambio de nada. Y este amor está brotando de nuestras almas igual que esa agua. Ése es el fruto de nuestro amor, El Amor mismo. La luz con que Dios creó al Hombre.
Ella se separó de su pecho y le besó con labios rosados, tiernos, dulces como fruta madura. Y por un momento los dos se fundieron en un solo ser pleno y feliz.
¿Cuántas veces se lo advirtió, cuántas veces…? Pero él no se fue.
La boca se le llenó de hiel. Los labios tiernos primero fueron barro y luego se hicieron polvo. Su amada se deshacía en sus brazos, como si fuera una muñeca de arcilla poco cocida. Y él sólo podía gritar intentando recoger y juntar los pedazos en un vano intento de volverla a formar. Ella se deshacía y él se deshacía con ella pero bien sabía que no. Él solo se despertaría unos instantes después. En esa cama grande y vacía en la que a veces le gustaba imaginar que notaba aún el calor de su cuerpo, porque ella se acababa de levantar para ir al baño.  Pero ella no estaba, hacia ya demasiado tiempo que no estaba. En su lecho solo le acompañaba sus gritos, que todas las noches despertaban a Ana, su asistenta. La mujer vendría a intentar consolarle con otro calmante; pobre mujer quería apagar su infierno con un cubo de agua de fingida preocupación y una estúpida pastilla. Él era un viejo decrépito, al borde de la muerte. Ésa que tanto ansiaba y que tanto se le resistía. Sí, una muerte que le llevara con ella, sí esa misma muerte que se la robó hace más de 40 años.

                                                                      

                                                                           FIN.



No hay comentarios:

Publicar un comentario