domingo, 24 de enero de 2016

AZUL #26







 


El doctor giró la cabeza del perro 180° . Se escuchó un clock, que liberó el mecanismo oculto
en la figura de bronce sobre el escritorio.
Un segmento de librería se hundió un 40 cmts en la pared. Orgaz la empujó haciéndola rodar
sobre unos carriles, para remeterla tras el cuerpo del anaquel contiguo, dejando al descubierto
la caja fuerte. Introdujo la combinación en el teclado numérico y la abrió. En su interior había
varios estantes llenos de documentos. Sacó una carpeta. En su tapa tenía rotulada la leyenda
"Proyecto Set". Al sacarla accidentalmente, arrastró otra que cayó al suelo desparramando su
contenido.
- ¡Maldición! Masculló.
La incipiente barriga le hacía dificultoso agacharse, así que terminó por ponerse a gatas para
recoger los papeles.
En su mayoría eran historias clínicas y documentos de carácter contable. Todos ellos lo
suficientemente comprometedores para que justificaran su lugar en la caja. A medida que los
recogía los colocaba en montones clasificándolos según su naturaleza.
- Vaya, vaya ¿qué tenemos aquí? Se dijo en voz alta.
La carpeta nunca había sido blanca pero el tiempo la había vuelto más amarillenta y
quebradiza. La recogió con sumo cuidado como si fuera un objeto digno de veneración, pues
de algún modo lo era. Parecía que hubiera sido ayer cuando lo vio por primera vez.
Quince años antes
El timbrazo del teléfono lo despertó. Se había quedado dormido sobre la mesa .
- ¿Si, quién es? contesto aún medio dormido.
- Buenas noches Doctor Orgaz.
- ¿Quién es? Dijo mientras se recolocaba las gafas y consultaba su reloj de pulsera 01:12 am.
- Un amigo.
- Perdone pero...
- Escuche; tengo algo que ofrecerle que le será de gran interés. Si, ya se, que es tarde, sólo le
robaré un minuto más.
Era una voz de anciano, áspera y dura como la lija.
-¿Quién es? Si es una broma, no tiene gracia, voy a colgar.
-Bien, cuelgue entonces, y cuando declare ante el tribunal también colgará sus estudios, todos
sus esfuerzos habrán sido en vano.
El comentario lo cogió desprevenido. La citación judicial descansaba sobre la mesa, junto a un
plato con restos de sopa fría.
- ¡Oiga ¿cómo sabe eso? ¿Quién es?
- Ya le he dicho, que solo soy un amigo, interesado en su trabajo. Venga mañana a la
Residencia Los Álamos y pregunte por el señor Ulf Hrubesch. Le estaré esperando.
- Oiga... ¿Oiga?
Había, colgado. Quien quiera, que fuese ese tal Ulf, había colgado.
. El futuro se le antojaba ruinoso. El Buen Pastor clausurado cautelarmente y él, principal
imputado en un delito por mala praxis. Pero lo realmente mortificante era, que sus
investigaciones sirvieran de burla para mentecatos y cretinos que no alcanzaban a ver su
grandeza, con sus absurdas estrecheces de miras. Al conocimiento no se le podían poner
trabas. Y ahora esta llamada misteriosa. ¿Quién sería ese viejo?¿Un chiflado? No lo parecía.
Quizás fuera el golpe de suerte que estaba esperando, que su genialidad merecía.
A la mañana siguiente, a primera hora, tomaba un taxi con dirección a su extraña cita. Los
Álamos, resultó ser una residencia para la tercera edad de lujo a las afueras de la ciudad.
Ubicada en lo fue un palacete donde la alta burguesía del siglo pasado se retiraba durante los
periodos estivales.
- Buenos días. Por favor, preguntaba por el señor Ulf Hrubesch. Comentó Orgaz a la
recepcionista. Una joven guapa, de uniforme blanco inmaculado.
- Un momento por favor. Dijo la chica descolgando un teléfono y pulsando la extensión que se
correspondía con la suite del huésped.
- Señor Hrubesch Buenos días, hay una persona que..... Sí señor, en seguida señor.
La mujer colgó el interfono con delicadeza.
- Apartamento 56, el señor Hrubesch le aguarda.
Desde luego aquel sitio tenía la pinta de ser un buen lugar a donde ir a dejar caer los huesos.
Nada tenía que ver con las residencias geriátricas que él conocía, más bien parecía un hotel de
alto standing. Las alfombras, las paredes enteladas y las arañas de cristal decoraban tanto el
amplio hall como los pasillos. Todas las puertas que veía, tenían hojas dobles, por las que una
cama de hospital podría pasar fácilmente, pero nada de pomos baratos y madera
contrachapada; donde los había ,los pomos eran de bronce y las puertas de madera noble ,
que ocultaban cerraduras, blindando la intimidad de los ocupantes. El doctor rió para si. ¡Qué
vanidad ¡ Seguro que en algún sitio, había una llave maestra que las abriría, por mucha
cerradura y madera que tuvieran. Pero los ricos eran así, la vejez los volvía aún más
desconfiados y celosos, como gatas recién paridas.
Se detuvo, en dos pasos llegaría al apartamento 56. No podía ni imaginarse cómo le iba a
cambiar la vida, cuando cruzara esa puerta.
Golpeó con los nudillos sintiendo como la madera absorbía el impacto, haciéndolo
prácticamente inaudible. De todas formas no tuvo que insistir, desde dentro del apartamento
llegó la voz rasposa y cansada del teléfono.
-Pase, pase. Doctor, está abierto.
Empujó con suavidad. La puerta giró sobre sus bisagras bien lubricadas con facilidad y sin el
menor ruido. La suite estaba prácticamente a oscuras. Las persianas estaban echadas, evitando
que cualquier rayo de luz de la despejada mañana las atravesara. Sólo una pequeña lámpara
de pie le permitía ver por donde pisaba. El anciano anfitrión se disculpó
- Perdone la oscuridad pero mis ojos no toleran bien la claridad, venga se, tome asiento aquí
junto a mí. Dijo señalando un chéster de piel oscura, situado a la diestra del sillón orejero
donde estaba sentado.
Orgaz tomo asiento observándolo ¿cómo podía ver con esas gafas oscuras? Antes, le tendió la
mano. El viejo se la estrecho alzándola igual que si le pesara una tonelada. Notó el frío fofo de
su piel marchita y colgona. Sin embargo debajo de ella, los carpíos y metacarpíos resaltaban
fuertes como si en vez de una mano, hubiera estrechado una garra metálica envuelta en
pellejo.
- Bueno, pues usted dirá, señor Hrubesch. Comenzó
- Ah! Es usted un hombre directo, eso me gusta, sobretodo en un hombre de ciencia como
usted; bien pues vayamos al grano. Lo primero que tengo que decir, es que conozco sus
trabajos sobre la psique humana. Ya sé que, sus métodos no son... Digamos... muy ortodoxos y
que eso le está causando problemas con las autoridades. Pero comparto con usted la idea, de
que el conocimiento científico requiere de unas miras amplias y libre de prejuicios, y que
muchas veces la sociedad no está preparada aún para asumir. Es por este motivo que he
contactado con usted. El viejo se detuvo para toser, por su garganta salieron unos silbidos
como si su pecho fuera una gaita desafinada. Cuando se recuperó continuó. Yo le ofrezco la
posibilidad de continuar con ellos. Las gafas de Orgaz resbalaron por el tabique de la nariz. A
pesar de que la temperatura en el apartamento era fría, había comenzado a sudar. ¡Había
soñado un millón de veces con oír esas palabras!. Uso el dedo índice derecho para volver a
ponerlas en su sitio, pero la transpiración no se lo facilitaba.
- Tome. Use esto. Dijo el viejo sacando un pañuelo blanco impoluto de dentro del batín.
- Me explicaré. Me refiero no solo a apoyarle económicamente y a subsanar sus "problemillas
legales", si no a aportar unos conocimientos en la materia que seguro que le harán avanzar en
las investigaciones.
Al doctor se le cayó al suelo el pañuelo con que se secaba el sudor.
- No sé... No sé qué decir. Me siento abrumado.
¿A qué clase de conocimientos se refiere?, ¿Qué clase de información posee?
- Doctor, comprendo que todo esto le sorprenda y que tenga muchas preguntas que hacer. No
se preocupe todas sus inquietudes serán satisfechas ampliamente. Pero de momento lo más
importante es restablecer el orden. Todos estos contratiempos están afectando a su trabajo y
por ende a usted. Por ello quiero que tome esta tarjeta, y se ponga en contacto con mis
abogados. Ellos le ayudaran a deshacer el entuerto lo más rápida y satisfactoriamente posible.
Pero antes; quiero que también tome esta llave, que corresponde con una caja de seguridad
del Banco Internacional de Depósitos. Vaya allí y compruebe de primera mano todo el apoyo
que puedo darle. Si después de la visita sigue interesado, vuelva y hablaremos más
detenidamente. Si declina la oferta sólo tendrá que llamar a mis abogados y ellos recuperaran
la llave, aunque dudo que se dé el caso. Tomó la tarjeta y la pequeña llave de níquel que le
ofrecía el viejo.
- Gracias... Señor Hrubesch.
- No, no diga nada, sólo haga lo que le he dicho, ya habrá tiempo para hablar, se lo aseguro.
Salió de la residencia y tomó otro taxi con dirección al banco. No podía creer lo que le estaba
ocurriendo. Era....era más de lo jamás había podido imaginar. Un mecenas, que le ofrecía en
primer lugar ayuda legal y fondos, pero lo que más le intrigaba e ilusionaba; que le iba a
proporcionar información que le haría avanzar en sus investigaciones. Las palabras era música
en sus oídos, música celestial. El taxista le miró atreves del retrovisor en varias ocasiones.
¿Qué miraría?, ¿Tendría algo raro en la cara? Ah, claro, ahora caía. Lo que el chofer miraba era
la sonrisa boba que se le había quedado en la cara y que era incapaz de borrar.
El coche paró justo en la entrada. El BID estaba alojado en un edificio de principios del XX. Su
fachada principal estaba sustentadas por al menos dos grupos de cuatros columnas de orden
corintio que soportaban un frontispicio a la manera clásica, en la que estaba claramente
inspirado. En él, se representaba en piedra, una alegoría, donde el dios supremo Zeus concedía
a Hermes las alas de sus pies con las que cumpliría su misión de ser el mensajero de los dioses.
Todo ello hacia al edifico una mole imponente, que pareciera publicitar los tesoros que
albergaba en su interior. Orgaz bajó del taxi esperando hallar en él, uno de esos tesoros.
Un arco de seguridad y dos vigilantes del tamaño de armarios le recibieron. Una vez paso el
filtro, se encaminó a una de las mesas donde los empleados aguardaban a los clientes con
sonrisas artificiales y falsas igual que hienas ante un animal moribundo. El interior del edificio
no defraudaba, la inspiración clásica se mantenía. En los suelos el mármol de diferentes
colores, hacían figuras geométricas. Sobre él, mas columnas de capiteles corintios en mármol
blanco y fustes de pórfido rojo sustentaban el conjunto de escala ciclópea, digno de una
catedral.
- Buenos días.
- Buenos días dijo el empleado, un hombre de cuarenta años más o menos, calvo y
perfectamente trajeado.
- ¿En qué podemos ayudarle? Comentó ofreciéndole, con un gesto, asiento en uno de los dos
sillones de caoba barnizada, juego de la mesa a la que se sentaba.
- Me envía el señor Ulf Hrubesch. Quiere que tenga acceso a una caja de seguridad a su
nombre, aquí tengo la llave. Dijo mostrándosela al empleado.
- Si, ya veo. Permítame hacer unas comprobaciones rutinarias de seguridad. Si es tan amable
de disculparme unos minutos...
Antes de que pudiera levantarse de la silla, otro empleado se le acercó por la espalda ,
poniéndole una mano en el hombro, haciendo que permaneciera sentado de forma sutil.
- Buenos, dias. Soy Ernesto Mür, director de la entidad. El señor Hrubesch me ha informado de
su llegada Sr. Orgaz. Si tiene usted la bondad, yo mismo le acompañaré a la cámara.
- Desde luego, aquel viejo debía de estar bien relacionado. Pensó, bastaba con ver el brillo en
los ojos del director. El brillo del dinero.
Bajaron por las entrañas del edificio, en un ascensor, lo que le pareció una eternidad, en medio
de uno de esos silencios incómodos. Se les unió otro guardia de talla XXL con chaleco antibalas
y automática en la cartuchera del muslo. Cuando salieron del ascensor, el guardia se adelantó
y abrió una reja que les impedía el paso. Detrás de ella, otro arco de seguridad y tras él, una
pequeña sala de color blanco, iluminada con potentes halógenos empotrados en el techo y en
la pared, la puerta de una cámara acorazada, por la que podría pasar cuatro jugadores de
baloncesto cogidos del brazo. La puerta en si, era una solida pieza de metal pulido con un
volante en el centro a Orgaz le recordó a la escotilla de un submarino gigante.
Ahora el que se adelantó, fue el director, que hundió una llave plástica en una ranura. El
vigilante le imitó e introdujo otra en otra contigua. Se pudo oír un crujido metálico. Luego, asió
el volante y lo giró 360°. Otro sonido llego desde la cámara, esta vez, un siseo neumático. La
gran pieza de metal se movió y muy lentamente comenzó a abrirse.
El proceso tardo unos 7' que también transcurrieron con el incomodo silencio de banda
sonora. Una vez abierta, el guardia entró dentro de ella y tecleo algo en un panel adosado una
de sus paredes. Era el único espacio libre, todo el resto estaba tapizado con cajones y puertas.
Todos con un número de orden blanco grabado sobre sus frentes de metal negro, donde
también se podía ver una cerradura. En efecto el interior, con un poco de imaginación, podia
pasar por una consigna de algún aeropuerto, eso sí, de viajeros con maletas muy pequeñitas.
En el centro una mesa de metal y nada más, aparte del halógeno en el techo que procuraba la
iluminación.
- Señor Orgaz puede pasar y consultar la caja. Nosotros nos retiraremos para preservar su
intimidad. Cuando haya acabado, sólo tendrá que utilizar el interfono y bajaremos a buscarle.
Dijo señalando el panel donde había estado tecleando el vigilante. Dicho esto los hombres
desaparecieron y le dejaron a solas. Miró la pequeña llave plateada y por un instante, la sintió
pesada como si fuera de plomo. 275 era el numero que tenia grabado. Sus ojos buscaron
ansiosos 150...235....278. Allí estaba.
El cajón de metal negro con la cifra en blanco; a la altura de sus rodillas. Probó a meter la llave
.Resbaló de entre sus dedos sudorosos, cayendo con un tintineo metálico. Se pasó las manos
por los pantalones, para secar la transpiración. Estaba nervioso, igual que una feligresa que
intenta sisar en el cepillo. Al segundo intento embocó la cerradura y la llave entró
suavemente, notando como los dientes encajaban perfectamente dentro del bombín. Le dio
un par de vueltas a la izquierda y el cajón quedo liberado. Un mecanismo hizo que el frente
sobresaliera de la pared unos centímetros, lo justo para meter los dedos y poder tirar de él. La
caja de 50 ancho por 40 de alto, ocultaba un fondo de más de metro y medio, que se desplegó
al mínimo impulso, sobre unas poderosas guías. Mas parecía un archivador o mejor una
cámara refrigeradora de morgue donde se guardan los féretros a la espera de ser reconocidos.
El contenido lo dejo boquiabierto. Los lingotes de oro se apilaban, llenando casi todo el
interior, no supo calcular cuantos habría, pero parecían muchos. Desde luego la promesa de
fondos era más que una realidad. Hay había para mucho, mucho tiempo de investigación. Pero
aunque lo impresiono, no era realmente lo que deseaba ver. Lo que el realmente quería ver ,
debía de estar al fondo detrás de los ladrillos dorados . Efectivamente no todo el espacio
estaba ocupado por los lingotes, atrás había un espacio libre, en la zona del cajón que quedaba
remetida en la pared. Orgaz agudizo la vista, escrudiñando esa parte en penumbra. Sí, allí
había algo más, se agachó y metió la mano tanteando. Las yemas sintieron el roce del cartón
de una carpeta, tantearon hasta que por fin se hicieron con ella. La sacó con extremo cuidado
intentando no doblarla. No supo explicar la sensación que le embargo cuando la pudo
observar. ¿Sorpresa? ¿Confusión? o simplemente decepción.

continuará...


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