domingo, 28 de febrero de 2016

AZUL #28











El A6 avanzó sobre el camino de graba crujiendo bajo los neumáticos, hasta detenerse frente a la verja oxidada. Los barrotes le cerraron el paso igual que una falange macedonia, alzándose ante él con sus puntas de hierro amenazantes. Detrás de ellas el edificio se resguardaba en el negro de la noche. No se veía ninguna luz encendida, ni si quiera un farol exterior; nada, sólo los faros del coche permitían intuir que el Buen Pastor estaba más allá de la verja.

-Algo no cuadraba, ¿qué clínica, permanece en ese estado por la noche? Cada vez era más evidente que ni era una clínica, ni residencia, ni nada que se le pareciera ¡Mierda! Se dijo Luis a la vez que se masajeaba el cuello dolorido, que le volvía a morder. Bajó del coche arrebujado en el abrigo y llamó al portero automático. Nada... Insistió un par de veces más, pero nadie atendió su llamada. O no había nadie, lo que parecía, o simplemente no querían abrirle. Pensó, y el suelo de chinos por pura frustración, haciendo que saltaran, algunos golpearon los barrotes arrancándoles notas metálicas. ¿Qué iba a hacer, darse la vuelta, esperar y volver cuando se hiciera de día? ¡Un momento!, pensó. Quizás estaba ante una oportunidad, una oportunidad de averiguar la verdad. La verdad de lo que les estaban haciendo, la verdad de lo que le estaba pasando a Paula. Volvió al coche, deshizo el camino por la pista adentrándose de nuevo en el bosquecillo. Lo ocultaría y buscaría la forma de entrar. A medida que lo pensaba, le parecía increíble solo el hecho de estar planeando una incursión furtiva, por eso dejó de hacerlo. Se lo debía a su familia, a su hija, no podía fallarles.

Después de varios cientos de metros, se echó a un lado, internándose entre los cedros, con cuidado de no meter las ruedas en un socavón o rozar los bajos con alguna piedra. Sacó del maletero el gato y una linterna, dirigiéndose de nuevo al Buen Pastor. No usó la pista, así que dio un rodeo por entre los árboles. La verja era demasiado alta para intentar saltarla, además sinceramente no se creía capaz de conseguirlo. Su plan era utilizar el gato para separar lo suficiente los barrotes y colarse entre ellos. El plan terminaba allí, una vez dentro, si lograba pasar claro....ya se vería. No se dio la opción de pensar a más allá, o terminaría dándose la vuelta.

- El pasado no se podía cambiar y el futuro sólo es una hipótesis. Lo único que cuenta es el presente. ¡Tú puedes hacerlo! O algo así. Se repetía para si. Era una cita de motivación, que aprendió en un curso de ventas. Cualquier cosa serviría, para infundirse el valor del que escaseaba.

El ulular del viento entre las copas de los arboles era lo único que interrumpía el silencio sepulcral, eso y el crujir del suelo del bosque bajo sus mocasines italianos. Luis apenas veía por donde pisaba, así, sus pasos eran prudentes y cortos, por lo que cubrir el escaso kilómetro que lo separaba del enrejado se le estaba antojando mucho más distante. Desestimó encender la linterna, no sabía en qué estado se encontrarían las baterías y concluyó que economizarlas sería lo mejor.

De súbito una criatura del bosque correteó por entre la hojarasca muerta, unos metros más adelante del hombre. Luis respingó asustado y tropezó con una raíz, que lo hizo caer de bruces contra el suelo helado. No tuvo tiempo de poner adecuadamente las manos, para amortiguar la caída, ya que las tenía ocupadas. Ahora los reflejos felinos de los que había hecho gala en la carretera, le habían abandonado. Instintivamente al alargar los brazos, el gato se le escapó de los dedos, quedando entre su cuerpo y el suelo. Uno de sus bordes le golpeo en el mentón igual que si fuera un directo a la mandíbula. Entonces la fría noche de luna nueva penetró en su interior y todo se fue a negro.

Caminaba por un pasillo estrecho. Unas paredes blancas le flanqueaban, alzándose infinitamente a una altura tal que Luis no alcanzaba a ver el techo, si lo había. Tampoco se adivinaba el final a dónde conducía y ni el comienzo que debía estar el algún punto distante a su espalda, o a lo mejor no, a lo mejor no había comienzo o no había fin, o a lo mejor no existían ninguno de los dos. Él era lo único cierto, él y su caminar. Caminaba por un suelo blanco que parecía del mismo material de las paredes, algo parecido al pvc. El pasillo era ortogonalmente una línea recta, ni una sola curva o giro, ni subía, ni descendía. Ni una junta, ni un empalme, todo liso y continuo; eterno. No sabía cuánto tiempo llevaba caminado o si en ese espacio el tiempo tenía sentido. ¿Por qué caminaba, si no conocía el destino? ¿Por qué no detenerse o invertir el sentido? Pero ¿qué motivos tendría para no seguir caminando? ¿Por qué no seguir? , ¿Qué sentido tenía hacerse esas preguntas? ¿Quién era el para alterar el orden? ...... ¿Quién era...él? ¿Quién...era...él?

El sonido penetró en los oídos agudo. Las paredes se agrietaron como si fueran los muros de una Jericó. Y grandes trozos comenzaron a desprenderse cayendo con estrepito al suelo. Uno impacto junto a Luis haciendo un gran roto en suelo blanco perfecto. El cascote lo travesó y siguió su camino descendente, pudo ver como bajo el piso no había ningún cimiento que lo sustentara, sólo una nada vacía y vacua. Más trozos cayeron haciendo cráteres cada vez más grandes, Luis intentaba esquivarlos con cuidado de no ser aplastado por uno de ellos y de no acompañarlos por los agujeros que dejaban. La estructura seguía desmoronándose con el pitido como fondo. Otro pedazo golpeó el suelo, combándolo, convirtiendo su huella, en la guarida de una hormiga león gigantesca, por la que el indefenso hombre no pudo hacer otra cosa que rodar hasta caer por el al vacío infinito.

Sintió frío y el olor a la humedad pútrida del humus. ¿Dónde estaba? En la boca notó un regusto a monedas y el rechinar de los dientes al masticar tierra. Y ¿qué era ese pitido? Mientras se incorporaba lo recordó. Estaba en el bosque caminando hacia el Buen Pastor, para intentar colarse y el pitido era su móvil que sonaba insistentemente. Lo buscó y miró la pantalla. En ella, el dibujo de un teléfono verde temblaba, debajo, en grandes letras brillantes se podía leer LAURA.



Sólo necesitó escuchar los sollozos para saber que algo malo le pasaba a Paula, algo muy malo.

Prácticamente se tiró del coche cuando llegó al hospital por la entrada de urgencias, reservadas a las ambulancias. Dejó las llaves puestas, el motor encendido y corrió. Entró en la recepción como un brazo de mar. De hecho el vigilante de seguridad, instintivamente llevó la mano a la porra que le colgaba del lado izquierdo de la cintura.

- ¿Dónde está Paula, qué le pasa? Gritó, abalanzándose sobre el mostrador de admisión.

Las dos enfermeras que estaban absortas en un monitor, no lo vieron venir y se sobresaltaron. La mayor, de no más de 45 años, primero le miró por encima de la montura de unas gafas de pasta rosa chicle, mientras con el rabillo del ojo localizaba al guardia, luego habló.

- Señor, por favor tranquilícese, no le hemos entendido y si no lo hacemos, no podremos ayudarle. Además le recuerdo que está usted en un centro sanitario, así que por favor, le pido que baje el tono.

Luis escuchó a la mujer con claridad pero el concepto Paula, con todo su significado, como si fueran granos de arena, se le había introducido en los engranajes de su motor metal, lo volvió a repetir.

- ¿Dónde está Paula, qué le pasa?

El ojo clínico de la enfermera detectó que el hombre estaba en un estado de shock. Con naturalidad pulsó un botón bajo la mesa y en un instante un enfermero y un celador irrumpieron en la recepción, Luis volvió gritar otra vez la misma pregunta, ajeno a todo lo que le rodeaba. Los dos sanitarios se acercaron con precaución. Desde el otro lado el vigilante también comenzó a acercarse. La enfermera de monturas rosas le hizo un gesto para que no interviniera, de momento.

- Señor, ¿se encuentra bien? , preguntó el enfermero. Luis le miró como si fueran un espectro del más.

- allá.

-¡No me toquéis! , ¡¿Dónde está Paula?! ¡¿Qué le habéis hecho?!

El alboroto hizo que algunas personas que se hallaban en la sala de espera contigua se asomaran a curiosear. El enfermero retrocedió alzando las manos.

-Señor, no le vamos a tocar, tranquilícese.

El vigilante resolvió que al final iba a tener que intervenir.

En el otro extremo de la sala, las puertas que comunicaban con los box de observación se abrieron, por ellas, salió una mujer aún joven y guapa, aunque la preocupación y el miedo la habían hecho envejecer 15 años de golpe. Traía una bolsa con las ropas de su hija enferma, con un pañuelo de papel enjugaba las lágrimas de su rostro. Cuando Luis la vio corrió hacia ella, zafándose del guardia que intentaba sujetarle.

Ambos se fundieron en un abrazo desesperado. Laura lloraba balbuceando palabras incompresibles entre hipidos y lloros. Luis no tardó en acompañarla. Así unidos por la amalgama del dolor, permanecieron, buscando el mínimo consuelo del contacto físico, antes de que sus almas derrumbadas se fueran por el sumidero de la locura.

Los siguientes días fueron un borrón en las vidas de Luis y Laura, su mundo se redujo a los escasos metros de la habitación del hospital. Mientras Paula seguía en un estado comatoso. Los médicos intentaban explicarlo dando rodeos y retorciendo conceptos técnicos, que ocultaban que en realidad no tenían la más remota idea de lo que le pasaba a la niña.

Resolvieron denominarlo, reacción autoinmune atópica. En otras palabras, el organismo de Paula se autodestruía.

Cuando ingresó, pensaron que había llegado el final. Paula se debatía entre terribles dolores de cabeza que los calmantes apenas conseguían apaciguar. El cuadro de cefaleas aumentó exponencialmente, producido por una inflamación de las meninges que presionaron el encéfalo, como si fuera una esponja rezumante de sangre que manaba por los oídos y la nariz. El equipo médico estaba dispuesto a una intervención desesperada de urgencia. Cuando afortunadamente la meningitis remitió tan repentinamente como apareció, siendo reemplazada por el estado vegetativo en el que la niña había comenzado el nuevo año. Según los escáneres, milagrosamente no se apreciaban lesiones, aunque los facultativos no descartaban la posibilidad de daño, pero no podrían ser valorados hasta que la niña saliera del coma...Si salía. De esa posibilidad no se hablaba abiertamente; los galenos evitaban hacer pronósticos o simplemente recurrían a la muletilla "aún es pronto" o a las de “necesitamos más datos”, cuando en realidad pensaban; en que el cerebro de la niña era muy improbable que remontara la situación.

El coma es un estado en el que la actividad cerebral queda reducida a mínimos, pero no quiere decir, que el cuerpo esté muerto. Desafortunadamente para Paula su cuerpo no lo estaba, si no que seguía luchando, aparentemente contra él mismo.

Poco a poco el cuerpo se llenó de pústulas negruzcas que se expresaban con mayor virulencia alrededor de los ganglios linfáticos, como en las ingles o las axilas. Con las bubas también apareció la fiebre que llegó a picos de 42° y casi nunca bajaba de los 38° a pesar de la medicación. El cuerpecito de la niña luchaba con todas sus energías, pero los efectos comenzaron a darle más el aspecto de un cadáver, no ya tanto por las pústulas, sino por la pérdida de peso que le provocaba una delgadez extrema, que encogía el corazón sólo con mirarla.

Durante uno de esos pequeños lapsos de tiempo donde el dolor, la preocupación y el miedo dejaban a Luis un resquicio, para simplemente no perder el sentido de la realidad, sujetó a Laura por un brazo y la miró a los ojos, donde el color azul claro se había diluido hasta el celeste de tanto llorar.

-Laura, no sé cómo hemos podido llegar a esto. Jamás imaginé que podría afectar a Paula.

Las lágrimas se asomaron a la mirada del hombre, que intentó esconderlas en el pecho de su esposa.

- Lo siento, mi amor, lo siento tanto que no sé qué hacer, sólo tengo ganas de morir. ¡Ojalá pudiera cambiarme por Paula!

Su mujer lo rechazó con fría indiferencia. Sí, comprendía a Luis y realmente le creía, pero la que yacía en la cama luchando a vida o muerte era su hija y ante eso su corazón era un bunker nuclear. Habían llorado juntos y seguirán luchando juntos como padres, pero sólo eso, nada más, fuera cual fuera el resultado final. Luis no era nada. Ahora mismo sólo era una alianza de conveniencia por el bien de la niña. De hecho, si pudiera devolverle la salud estrangulándolo no dudaría un segundo.

- Hay algo que tengo que decirte, ya sé que pensaras que es una locura. Pero si puede ayudar a la niña...dijo gimoteando mientras se restregaba el reverso de las manos temblorosas, enjugándose las lágrimas que no podía contener.

Comenzó el relato, ahora que había logrado la atención de su mujer. Primero narró el viaje para realizar su "encargo”, con todas sus incidencias. Luego le habló de su encuentro con la prostituta en aquel burdel, pero sobretodo hizo hincapié en lo referente a que en sus sueños debía usar el espejo.

- Laura, Laura mi amor, no sé qué está pasando, ni en dónde os he metido. Lo único de que sé, es que tengo miedo, mucho miedo. Pero sobretodo tengo miedo por lo que le pueda pasar a Paula.

La tez de Laura pasó del blanco lechoso al gris mortecino según el relato avanzaba. Cuando acabó se quedó callada, mirando a un punto en el infinito, más allá de la pared. Luis esperó su reacción, pero, ésta no llegaba. Laura permanecía en la inopia.

- Laura, cariño. ¿Estás bien?, ¿Laura?..¿Laura? Por favor di algo... Luis le tomó una mano y el zarandeo mientras la seguía llamando ¿¡Laura, Laura!? Responde, me estás asustando.

La mujer volvió en si

- No puede ser... No puede ser. Yo he visto ese espejo, yo he visto el Espejo...

La mujer se acercó a la mampara que la separaba de la cama de su hija y se quedó mirándola mientras repetía; “el espejo...el espejo”. Unos de los aparatos que monitorizaban las constantes vitales de Paula comenzaron a emitir una señal de alerta. El sonido apenas audible a través del cristal, lo acompañó una luz roja que brillaba en el panel de control. Al instante otro aparato también comenzó a emitir señales y así todas las máquinas que se conectaban con la niña, siguieron sumándose con sus luces parpadeantes y pitidos. Algo no iba bien. Luis corrió al pasillo buscando a algún médico. Cuando se asomó vio aliviado que el doctor de guardia seguido de una enfermera se aproximaba a toda prisa. Volvió a entrar en la habitación, Laura seguía mirando por la mampara con una expresión que jamás le había visto. Tenía el terror dibujado en la cara. No pasó un segundo cuando comprendió el porqué del terror de su mujer. Los pitidos de las maquinas se habían solapado unos a otros, combinándose hasta formar una melodía y el había oído esa melodía antes. Era parte de la banda sonora de una película antigua. Una película donde una niña era transportada a algún lugar, más allá del arco iris. Justo cuando el personal médico accedió a la zona de aislamiento, los pitidos se descompasaron, perdiendo la estructura de melodía, pasando a ser, un caos sónico de pitidos de monitores médicos. Algunos fueron desapareciendo hasta extinguiese junto con sus luces, otros bajaron de intensidad. Fuera lo que fuera la crisis había pasado, la niña volvía a estar estable.

Luis y Laura se miraron y cada uno pudo ver el horror propio reflejado en la cara del otro. Ellos lo habían oído, ellos habían oído cómo las máquinas se habían asociado para ofrecerles el "SomewhereOverTheRainbow"

Continuará…

 

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