domingo, 3 de abril de 2016

AZUL #29










Laura se negó rotundamente a establecer cualquier tipo de turnos para velar a Paula. Ella no se movería de su lado y punto, no había nada más que hablar. Luis haría de enlace con el exterior. Él le traería lo que necesitara. El aseo personal, que durante la primera semana había descuidado, no sería un problema, seguiría usando el baño de la habitación. Sí, no tenía ducha, pero se las apañaba, y si fuese necesario se raparía la cabeza, pero no se iba a apartar del lado de su hija, nada de este mundo o de otro, la haría apartarse de allí.
 Ésos eran problemas menores. Ahora, tenía la certeza absoluta, de que el mal que aquejaba a su hija, no tenía ningún origen natural, como había sospechado. Después estaba la historia de Luis y lo del espejo. ¿Qué debía hacer? Habían pasado dos noches desde el episodio de los pitidos, prácticamente no había dormido, y así desde que la niña ingresó, pequeñas cabezadas de las que despertaba sobresaltada y con el corazón apunto de salírsele por la boca. Tenía miedo a dormir, a cerrar los ojos, miedo de apartarlos de Paula, miedo a que durante ese tiempo le pasara algo y ella estuviera dormida. Pero por otro lado, estaba la posibilidad de ayudarla, usando el espejo, como había dicho la fulana. ¿Y qué quiso decir con “no estábamos solos”? Iba a terminar perdiendo el juicio si no lo había hecho ya.

 Se levantó del sillón de polipiel azul y se arrimó para mirar otra vez a Paula, al parecer ella era la única que podía ayudarla. Debía tomar una determinación, soñar o seguir confiando en la medicina. En su mente no habrían cabido esas tonterías de control mental, apariciones y demás patrañas para frikys… pero eso había sido antes, ahora era.....distinto. Si tenía que usar un espejo en un sueño, para salvar a su hija lo usaría con fe ciega. Lo que la perturbaba era que en el sueño dónde vio el espejo, en el que estaba Paula, no fue agradable, más bien todo lo contrario. El espejo era un cepo, que terminó cazando a la rata en la que ella se había convertido y eso la tenía preocupada, aún más preocupada, si eso era posible.

 Volvió al sillón y se dejó caer el suspirando. Quisiera o no, el sueño terminaría venciéndola, pero preferiría dormir cuando Luis volviera; o ése era el plan. Plan que no coincidía con el de Morfeo, que la acogió en sus brazos antes de que pudiera darse cuenta. En ese mismo momento a media ciudad de distancia el teléfono de su marido sonaba.
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Allí estaba su reflejo, mostrándole su belleza infantil. Su piel de fina porcelana, sus labios rosados y sus ojos inocentes, que sólo sabían decir la verdad. Los cabellos le enmarcaban el rostro con una cascada de oro ensortijado. Parecía una princesa; era una princesa. Contempló su tiara, como para confirmarlo. Las esmeraldas engarzadas en la fantasía de hilos de oro blanco, brillaron asegurándoselo. Ella, la princesa Paula, o como se llamaría desde hoy, Dorothy. Habían sido unos días agotadores, no podría decir cuántos habían pasado. En Oz la sensación del paso del tiempo era distinta. Desde que llegó no había visto ningún reloj o nada que se le pareciese. Algunas jornadas eran breves y duraban lo que un amanecer seguido de un atardece, mientras que otras se alargaban, como si en vez de ser un día, fueran dos o tres seguidos, sobre todo cuando estaba él. En los días que el espantapájaros aparecía, la bola brillante del sol se paseaba por el cielo, pavoneándose, sin prisas por irse a descansar. Por el contrario, cuando estaba a solas, el astro amarillo corría a ocultarse, apresurado como una cenicienta que llega tarde. Las noches en cambio siempre aparentaban ser de la misma duración, antojándosele muy cortas. Pero lo más sorprendente era que no tenía necesidad de dormir, hasta que el sol se ponía. Daba igual que fuera un "día corto" o uno "largo", se adaptaba a las horas de luz, como una flor, desplegándose con la mañana y recogiéndose con la oscuridad, descansando lo suficiente, en función del siguiente día, en el que no volvería a tener sueño, hasta el ocaso. ¿Quizás, el espantapájaros controlaba el tiempo, o a los habitantes de ese mundo o a ambos? ¡Todo era tan raro! Fuera como fuese, estaba agotada. No sabía cuántos seres le habían besado la mano, ni cuantas veces había dicho "encantada" haciendo que sonreía. Fue como ir a la estación a recibir a mil "titas recién llegadas del pueblo". Vio, toda clase de seres, y todos parecían haber salido de cuentos, pero de cuentos que no se habían contado o escrito aún. Desde pequeños
hombrecillos, que lucían largas cabelleras de hierba verde a poderosos centauros. Tuvo miedo, sobre todo al principio, pero según fueron pasando las comitivas, comprendió que no tenía por qué tenerlo, ya que, esas gentes sólo venían a presentar pleitesía a su nueva princesa, a ella.

 Durante las largas recepciones, la doncella que la había peinado, la acompañó sentada justo detrás de ella, susurrándole consejos y recomendaciones, que le permitieron actuar correctamente en todo momento. El espantapájaros también permaneció sentado a su lado izquierdo, pero en un trono que hacia pequeño y pobre al suyo. Tallado en solo bloque de mármol blanco, de vetas verdes e incrustaciones de esmeraldas del tamaño de puños parecía el asiento de alguien mucho más grande que el. Permanecía allí, a casi un metro por encima de ella y a más de dos del resto, solo, en silencio; a lo mejor estaba dormido. ¿Pero dormían los espantapájaros? Creía que no, aunque se suponía, que tampoco podían hablar o caminar o mejor aún, ser reyes. De todas formas por muy rey que fuese, desde el suelo debía tener el aspecto de un puñado de palos envueltos en un manto verde. Paula pensó que podría pasar por un nido de pájaro. Uno de esos pájaros a los que les gusta las cosas brillantes. ¡Qué gracia! Sobre el respaldo del trono, que se alzaría otros dos o tres metros más, estaba posado el mono alado. Aquella desagradable criatura que no dejaba de husmear y mironear. Paula detestaba que le mirara; era volver a recordar cuando la atrapó entre sus garras. El bichejo debía intuirlo y disfrutaba posando sus grandes ojos amarillos sobre ella y aullando, mostrandole sus afilados colmillos. Lo único que podía agradecer al espantapájaros, es que lo mantuviera alejado de ella.

 Ahora, sentada en el tocador de su cámara, intentaba apartar todo eso. Estaba sola y tenía que aprovechar la ocasión. No sabía cuándo volvería a tener una como ésta. No sabía si el próximo día iba a durar mucho o poco, o si no iba a tener que dormir nunca más. Pero sobretodo, tenía una duda que no se atrevió a consultar. Una curiosidad que le daba miedo satisfacer. ¿Por qué la habían nombrado Dorothy XXIII? ¿Dónde estaban las veintidós anteriores? Había cosas que era mejor no saber. Los parpados comenzaron a pesar y la necesidad de bostezar, le hizo abrir la boca hasta que sus ojos lagrimearon. El sueño se acercaba, y pronto no podría resistirlo .Había que usar el espejo como le dijo la doncella, tenía que salir de allí, tenía que llamar a mamá.
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- Buenos días, Don Luis.
El auricular vomito las palabras, que fueron recibidas como un cubo de acido volcado en el oído. Primero notó el frio de la sorpresa, luego el fuego de su corrosión.

- ¡MALDITO HIJO DE PUTA! ¡¿QUE LE ESTA HACIENDO A MI HIJA?!

La respuesta nació en la parte más primitiva del cerebro, aquella que sigue siendo igual que cuando en el mundo dominaban los reptiles. Luis estaba en casa, habia ido a buscar algo de ropa para Laura y de camino asearse e intentar descansar algo, si era capaz. Intentó contactar con ellos varias veces; la última, después de oír la canción en los monitores de Paula. Pero nadie respondió a sus llamadas. Era como si se los hubiese tragado la tierra. También pensó en volver al Buen Pastor, pero el miedo a que cuando volviera su hija “no estuviera”, se lo impidió y ahora esta llamada.

- Ah su hija, de ella precisamente quería hablarle. Venga a mi casa, en el campo. Ya sabe dónde está.... ¿No? Mire el navegador de su teléfono...como la primera vez jajaja. Le estaré esperando. No tarde.

Habían levantado una cerca metálica alrededor de la casa y plantado arizónicas, que con un poco de tiempo la ocultarían. Un heraldo en forma de columna de polvo, anunció que Luis se acercaba por el camino sin asfaltar a toda velocidad. El coche apareció por entre los arboles como un fiera desbocada. Teniendo que clavar sus garras neumáticas en la tierra, para no arrollar la verja que le cerraba el paso a la propiedad. Cara de perro le aguardaba en la puerta de la casa de aspecto de búnker enladrillado en rojo. Luis recodó la primera vez que la vio y como le llamo la atención las ventanas escasas, no sólo en cantidad si no también en dimensiones, por eso la comparación con un búnker le pareció una buena forma de describirla. Su techo, a cuatro aguas parecía indicar la existencia de un patio central que suministraría la luz natural. No sabía exactamente por qué su atención se entretenía con aquellos detalles, pero lo hacía. Quizás observaba al enemigo como el púgil que lanza golpes de tanteo. O quizás su mente tenía que buscar alguna evasión por el bien de su propia integridad. El hombre acaparado, de torso robusto inclino la cabeza a modo de saludo y le instó a seguirle. Luis avanzaba por los por los pasillos en penumbra con el latido de su corazón zumbándole en las sienes. En breves instantes iba a echarse a la cara a aquel maldito viejo. Esa maldita piltrafa humana que estaba destrozando su mundo. Un hombre al que destruiría sólo con un puñetazo. Sin ni si quiera darse cuenta, en su cabeza se coló una imagen; la de un viejo paseando a un Doverman. Él era ese perro, podría devorar a su amo, pero era el viejo era el que llevaba la cadena que estrangulaba su cuello. El anciano era el amo y le obligaría a obedecer. Sintió como
el fracaso y la impotencia apagaba su furia con un balde de agua fría de realidad. Seguía siendo el mismo hombrecillo cobarde de siempre. Casi chocó con el matón que se detuvo junto a una puerta de doble hoja, golpeó la madera y la puerta se abrió. Apareció el otro matón, que se retiró dejando el paso libre a Luis. Si en la casa reinaba la penumbra en esa habitación lo hacían las tinieblas. Dio un par de pasos hacia el interior de la sala, hasta el límite donde el gris se convertía en negro. Cara de pájaro salió de la habitación y cerró la puerta tras de si. Entonces la oscuridad fue total. Una oscuridad que casi se podía mascar, una oscuridad espesa. Esa puerta era el brocal de un pozo y él se había sumergido en sus aguas negras.

- Buenos días, Don Luis, me alegro de volver a verle.
Escuchó la voz del viejo, rasposa y gutural. Al final de cada palabra se percibía el silbido agudo de un muñeco hinchable que perdiera aire cada vez que abría la boca. Aquella voz le ponía los pelos de punta.

- ¿Qué tiene que decir sobre mi hija? El poco valor que le quedaba en el cuerpo le calentaba la sangre. ¡Qué le está haciendo! Los dedos se curvaron transformando sus manos en unas garras y dio un paso más en la negrura insondable.

- Me está asustando... jo jo jo. Es un payaso muy divertido. Mire, sólo se lo voy a decir una vez, estúpida e insignificante criatura. Si me vuelve a levantar la voz o a insultar hare que sus sesos se le cuezan dentro de la cabeza y luego me los serviré de cena. ¿Me ha comprendido?

Las centellas azules relampaguearon en la oscuridad. La reacción del viejo, lo paralizó, las luces azules penetraron por las pupilas dilatadas ansiosas de luz. Sintió su frio helador y ardiente al tiempo, como un colirio de nitrógeno líquido que lo cegaba y lo colmaba de azul. Por un momento pensó que había muerto. En su cabeza veía su vida pasar, rodando sobre los cabezales de una moviola infernal. Vio o recordó la primera vez que vio la luz, cuando abrió los ojos, segundos antes de su alumbramiento, aún en el canal uterino. Sus primeros recuerdos, su madre, sus ojos, el roce de sus labios sobre sus pechos y la tibieza de su leche. Luego se vio gateando sobre un suelo de linóleo marrón, avanzando por un pasillo. Debía ser su casa, pero no estaba seguro, todo era tan grande. Avanzó hasta entrar en el baño. Entonces oyó la música. Su madre estaba metida en la bañera.
- Hola mi Bebé, ¿dónde vas mi amor? Anda, ve con papá. ¡Marcos! , ¡Marcos ven a por el niño!
- Ahora voy cariño, ahora voy.

La música era, era preciosa era… pero no podía ser, era la canción de la película y le atraía como una bombilla a un insecto. Él era un bebe y quería coger aquella música tan bonita que salía de aquella cosa de plástico rojo. El aparato de radio, estaba apoyado sobre el borde de la bañera a los pies de su madre conectado a una toma de corriente cerca del lavabo... Alzó sus manitas regordetas, que se enredaron con el cable.

¡Noooooooo!. No, él no lo hizo. Su padre le contó que fue un infarto cerebral. No, aquello era otro truco, esos recuerdos eran falsos. Pero ese grito era tan... y el olor a carne quemada era tan real. El azul desapareció y el negro volvió ser el dueño de todo. Se había derrumbado y yacía sobre el suelo hecho un ovillo llorando como un bebé, un bebé que ha asesinado a su mamá y sobre él, la risa negra y húmeda del viejo. Jo jo jo.

-Por favor...Por favor qué quiere de nosotros. ¿Por qué nos hace esto? ¿Por...qué? Suplicaba desde el suelo.

- Jo jo, jo jo. Mi pequeño gusano, por eso le he hecho venir, para darte la explicación que tanto busca. Será mi regalo de despedida, por sus servicios y el de su familia...jo, jo jo. Ahora levántate del suelo. Un metro a su derecha hay una silla, siéntase. Luis estiró la mano buscando. Sus dedos rozaron las patas talladas y se aferraron a ella.

Continuará…






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