lunes, 11 de abril de 2016

AZUL #30







No podía ser verdad, todo lo que aquel...aquel monstruo le había contado, no podía ser cierto. No podía ser cierto, que estuviera a punto de perder todo. Pero un todo literal, absoluto que incluía desde su hija a su propia vida y terminando por la de Laura. Corría compitiendo contra un destino funesto. Conducía como si ya estuviera muerto, pues en cierta forma lo estaba.
Pero tenía que intentarlo, no podía quedarse mirando impasible mientras su mundo se desmoronaba como un castillo de arena arrasado primero por una ola de maldad de Set y luego ver como sus trozos eran engullidos por la resaca de su cobardía.
Aquel viejo en realidad sólo era el envoltorio de algo realmente maligno. De una maldad que la propia humanidad apenas si había comenzado a olvidar pero que seguía viva, como un virus acantonado, esperando a un descuido par volver a expresarse con más virulencia. Y ellos iban a ser sus primeras víctimas. Ellos eran la primera ficha de un dominó que caería en una sucesión que amenazaba con arrastrar muchas, muchas más vidas.

- Mi querido y estúpido Luis, ¿aún cree en los cuentos de hadas con final feliz?
Usted sólo ha sido la llave que me ha llevado a ella.
- Por favor, es sólo una niña, déjela, por favor. Su alma se desbordó licuándose por sus ojos que manaron lágrimas amargas de dolor absoluto.
- Jo Jo. Estúpida criatura, no ha comprendido nada, su linda hija sólo es "algo necesario", ya ha visto que puedo tener todos los niños que deseo, no , no es a su lida hija a la que me ha conducido. Es a su mujer, ella es lo que realmente importa, no su mocosa. Jojojo.
-¿Cómo?...pero...Paula...
La revelación fue como si le derramaran una sartén de aceite hirviendo sobre la cabeza. ¿Qué decía aquel demonio?..
- Su hija es, digamos una plataforma para acceder a su mujer. Una mujer muy especial que tuvo la desdicha de conocerle. Jojojo. Aunque sin  proponérselo su destino le va ha hacer formar parte de algo mucho más grande e importante que languidecer  a su lado.
Entonces el viejo empezó ha hablar de nazis y control mental y de transmutaciones mentales y de que se hacía viejo…pero Luis ya no estaba allí, él sabía que él y únicamente él era el origen y la ruina de todo, como lo fue ya desde el principio de su vida.
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 El rojo pasó al blanco doloroso. La cabeza le dolía y la lengua parecía de dos tallas más grandes que su boca.
Tragó saliva, una masa espesa y abrasiva le recorrió la garganta arañándole igual que una bola de alambre de espino.
¿Dónde estaba?
Tardo unos segundos hasta que sus pupilas consiguieron acostumbrarse a la luz brillante y amarilla. El rocío lo había calado y la escarcha había sustituido el tuétano de sus huesos. Olor a hierba y dolor, poco más.

El sol todavía estaba alto y las copas de las coníferas no conseguían ocultarlo. Se pasó las manos por la cabeza como buscando una herida que explicara qué hacía tirado en medio de un bosque pero no la halló, sólo agujas secas de abeto. La noción de la realidad se presentó ante él y le pateo en la cara. Laura. Fue la primera palabra que pudo articular. Se levantó y probó a dar un paso y luego otro,  inseguro como un bebé. El cuerpo parecía que se recuperaba de una sedación, sin embargo su cerebro funcionaba, si eso era posible al doble de su velocidad normal. Laura, Laura se decía mientras componía el puzle de recuerdos, ideas y sensaciones.

Un cuervo graznó. El graznido dejó  una pregunta en el aire: “¿Qué haces aquí?”.
Luis grito - ¡Laura! por pura frustración y el pájaro le contestó con otro graznido, que esta vez sonó a: “¡Fuera!”. La voz de pájaro fría y áspera le empujó, tenía que salir de allí. Caminó en busca de un rastro , de cualquier cosa familiar que le proporcionara el dónde o el porqué. No tuvo que andar mucho para encontrarla. La casa de ladrillo rojo estaba allí. La visión le golpeo, fue un mazo en la cara, romo y contundente, no podía ser.
La cerca metálica estaba herrumbrosa y había sido derribada en algunos tramos, en otros presentaba grandes agujeros, el seto arrancado por algún jardinero sádico y sustituido por pasto y matorrales y en medio de aquella debacle la casa de ladrillo rojo. Manchas negras de hollín asomaban por lo que fueron sus escasas ventanas, ahora convertidas en cuencas vacías. El portón de madera había desaparecido y  mostraba una boca desdentada como el cadáver de un viejo torturado que exhala su último suspiro.

Era imposible, ¿qué nuevo truco era ése? Se refregó los ojos intentando aclarar la vista, negándose a aceptar aquella visión. Se acercó y golpeó con todas sus fuerzas la cerca, el metal oxidado se hundió absorbiendo el impacto. Los puños se le tiznaron de herrumbre, la valla moribunda se quejó con un rechinar de somier desfondado. El coche, ¿dónde estaba el coche? Eso era, él había venido en el coche, tenía que encontrarlo, tenía que encontrar un resquicio de realidad a donde aferrarse, comenzó a trotar. Rodeo la finca devastada por el vandalismo. No sólo había ardido, si no que mostraba restos de actividad humana como si hubiera sido la guarida de una horda salvaje.  En la parte posterior se podían ver los restos colchones que habían sido quemados hasta dejar expuestos sus esqueletos de muelles y  túmulos de basura y escombros. Pero ni rastro del coche, nada, ni unas marcas de rodadas. Se detuvo para recobrar el aliento. Apoyó las manos en las rodillas y miró su sombra en el suelo.
El grito nació de las entrañas, una onda sísmica que amenazara con partirlo en dos. Aún con el grito zumbando en los oídos otro sonido le llegó. Se irguió como un conejo asustado, husmeando, oteando el horizonte cerrado por la muralla de cedros y abetos. Salió disparado hacia el foco del ruido que se le antojó la más bella melodía que había escuchado en su vida. Corrió hacia ella. No podía dejarla escapar. El camión o lo que fuera, no debía de andar lejos. Enfiló el camino del que había desaparecido la grava, igual que un ciclón, corriendo,  azuzado por la necesidad de no saberse loco.

El camión marchaba por la pista forestal, con el traqueteo del que lo hace por el camino resabido de la monotonía diaria. Luis se plantó en medio del camino haciendo aspavientos para llamar la atención del conductor. El chófer  tardó en reaccionar. Esperaba ver cualquier animal, un cervatillo incluso un jabalí, pero la imagen de un hombre accionando como un poseso no estaba dentro de lo posible. Hundió el pedal del freno y el vehículo se detuvo. Luis corrió hacia la cabina.

- Por favor, ¿me puede acercar a la carretera? Suplicó a bocajarro
El chofer y el copiloto se miraron.
- ¿Qué  le ocurre amigo? Preguntó el copiloto, un hombre calvo de unos 50 años y con la piel curtida por el trabajo a la intemperie, que podría haber pasado por gemelo del chofer, si no fuera por la diferencia de edad.
- Perdón, he tenido …un accidente.
Los dos hombres se volvieron a mirar.
- Suba, nos dirigimos al pueblo, sí quiere le podemos dejar allí ¿Se encuentra bien?
- De acuerdo, dijo y se encaramo a la cabina.

En medio de un silencio incómodo los tres hombres reanudaron la marcha. No pudo retener la pregunta que le bullía en la cabeza y la lanzó al aire. ¿Qué día es? Era más una pregunta retórica, un pensamiento. El conductor apartó un instante la mirada de la pista de arena para volver a mirar al polizón como valorando lo acertado de su decisión de haberlo recogido. Hoy es martes.
¿Martes? Repitió Luis ¿qué martes?
- Se encuentra bien, ¿de verdad?... amigo
- Sí, pero por favor ¿qué día es?
- 10 de Febrero.
La tez de Luis palideció .Habían pasado cinco días, cinco malditos días.
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El camión entró en la pequeña población después de atravesar huertos y alguna granja que les saludó con su fétido aroma a estiércol de gallina.  Luis permaneció en silencio el resto del viaje sumido en sus preguntas para que las que la única respuesta que encontraba era el miedo, un miedo atroz e impotente que invitaba a esperar un golpe de hacha sobre el tajo de la realidad. Realidad, ¿qué era lo real?, de eso también dudaba. Entre todas sus dudas,  una se columpiaba con más fuerza que las demás en la punta de su lengua y terminó saltando de sus labios.
- En el bosque había una casa abandonada. ¿Saben sí hace mucho que lo está?
Esta vez el que contestó fue el operario de mayor edad con el que casi rozaba el hombro izquierdo.
- Amigo, en el bosque no hay ninguna casa, de hecho está prohibido construir. ¿De verdad que se encuentra bien? En la base tenemos un enfermero, sí quiere...
- No muchas gracias, tengo mucha prisa. Y sin pensarlo tiró de la manila que abría la puerta del camión y saltó.
A pesar de la reducida velocidad Luis rodó por el suelo polvoriento hecho un ovillo y sintió un pinchazo en el tobillo.
El camión frenó en seco y los dos hombres bajaron.
 - ¡Está usted loco , ¿se ha hecho daño?. Le gritaron.

Unas decenas de metros más atrás. Luis se incorporó haciendo oídos sordos y sin ni si quiera volver la cabeza echó a correr. Sí, estaba loco y corrió como uno, que el tobillo le palpitara de dolor no era importante, tenía que volver a la ciudad y tenía que volver ya.

Se adentró en la población de casitas de muros y tejados de pizarra, que aún  se desperezaba. El piso de arena fue sustituido paulatinamente por un suelo asfaltado que dejaba ver en algunos tramos tachones del empedrado original. No sabía realmente que iba hacer, quizás lo mejor sería encontrar la salida hacia la carretera principal y allí, allí, ya se vería. Notó como algunos ojos se posaban en él, desde detrás de persianas a medio alzar que desaparecían temerosos tras visillos tímidos como niños pillados mirando algo que no debieran. Las calles retorcidas y estrechas daban todavía, sí eso era posible un toque más angustioso  e irreal a su carrera.
La calleja por la que corría fue a desembocar en una más ancha, flanqueada  por arbolitos desnudos. Un hombre se disponía a montar en un todoterreno. Seguramente sería algún agricultor que se preparaba para ir a su lugar de trabajo en alguna finca cercana.
Luis lo abordó por la espalda.
-Señor, buenos días, necesito que me acerque a la ciudad.
Literalmente, el hombre de ropas de cazador y gorrilla de pana caqui saltó sobre el sitio sorprendido.
- Siento haberlo asustado, pero necesito imperiosamente que me lleve a la ciudad, le pagaré, dijo Luis buscando en el bolsillo trasero  de su pantalón la billetera.
El hombre aún sin recuperarse del susto, se giró con la mano al pecho y jadeado. Debía de pasar los 65 años, aún en pleno invierno lucía un tono bronceado, no de ese tipo de tono que se consigue en un solárium, si no de ese tono rojizo quemado, que se logra con una vida entre los surcos de tierra labrada.
- Mire - contestó  el hombre con un pequeño temblor en su voz, lo siento amigo, pero no puedo acercarle, tengo trabajo y llegó tarde. Lo siento.
Luis esgrimía su cartera en la mano sin prestar atención a la negativa del hombre.
- Le daré lo que me pida.
El labriego abrió la puerta del coche del coche y montó.
El portazo hizo que Luis comprendiera la realidad y golpeó el cristal con el puño.
- Oiga, tiene que llevarme, no me puede dejar aquí. Entonces la furia hizo presa en él y antes que pudiera cerrar, asió la manilla de la cerradura y abrió.
- ¿Está usted loco?, gritó.
- Lo siento, pero no me deja otra opción y le lanzó un puñetazo que impactó en el mentón. Al golpe le siguieron dos más, innecesarios pues al recibir el primero el labriego cayó como un saco. Un hilillo de sangre brotó de la comisura de los labios.
- Lo siento  volvió a murmurar Luis a modo de disculpa.
Sacó al hombre del coche trabajosamente, no debería de pesar más de 70 kilos, pero le parecieron 200. No tenía tiempo, lo depositó en amplia zona de carga. No sabía si alguien lo había visto u oído el forcejeo. Apartó sus dudas e intentó pensar con frialdad por un momento.
En el maletero encontró un rollo de cuerdas y una de lona, además de herramientas. Más  adelante podrían servirle, ahora tenía que salir zumbando de allí. Maniató al labriego y usó un trapo manchado de grasa para amordazarlo, luego lo cubrió con la lona. Arrancó y condujo buscando la salida del pueblo que se le apareció al torcer la calle. Luis sudaba curiosamente a pesar del frío y sus pies repiqueteaban sobre los pedales como si fuera un novato en su examen de conducción. Su vida era una pesadilla que lejos de amainar aumentaba de intensidad llevándolo a al borde de la paranoia, acaba de asaltar, golpear y secuestrar a un pobre hombre. Asió el volante con fuerza, sus nudillos protestaron de dolor, inflamados después del los puñetazos propinados que descansaba detrás. Debía buscar algún lugar un poco apartado donde dejarlo, pensó.
Condujo por una comarcal que desembocaba en un cruce que le incorporaría a la nacional, cuando vio un camino de tierra que debía ser el acceso a alguna finca y sin pensarlo demasiado lo tomó. Atrás el labriego se quejó, volvía en sí.
No había tiempo que perder. Tiró del freno de mano y el todoterreno se detuvo en medio de una polvareda.

- Amigo, perdóneme pero así será mejor para los dos. Comentó al hombre que recobraba la conciencia con el miedo pintado en la cara y el sabor de su propia sangre en la boca.

.El hombre se resistió levemente ante la superioridad física de su captor, pero lo que realmente le hizo desistir fue la mirada de Luis. Una mirada fría y ausente, la mirada de un loco.

Algo llamó su atención, algo que había pasado invertido detrás de la lona. Al fondo de la zona de carga había una funda alargada de color caqui. Luis se quedó mirándola un instante. Una idea funesta se paseo por su mente. Una idea que le hizo sentirse feliz por un instante. Fue como encontrar una llave que andaba pérdida, como una pieza extraviada  del puzle. Se estiró todo lo que pudo para comprobar que la funda contenía lo que él esperaba. Sus dedos sintieron la dureza del acero debajo de la tela, su frío, le confortó. Apartó la mano y la fugaz sonrisa de su cara desapareció sustituida por una mueca cruel que reflejó su pensamiento. Por un momento su suerte parecía cambiar, esa escopeta parecía decirlo.

Volvió a mirar a su rehén y posando su mano en él, le habló en voz baja y calma.

- No tenga miedo, no voy hacerle daño, le devolveré el coche.

 Y diciendo esto, lo cargo, lo sacó del coche y lo dejó  tumbado junto a la cuneta, en la linde del camino. Luego cerró  el portón y volvió al volante. El automóvil hundió sus garras en la tierra, aulló y salió como alma que lleva el diablo.


Continuará... 



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