martes, 2 de agosto de 2016

Sangre #3




 
Unos meses más tarde


Pasa como con las bandas de Rock, “Toda la vida para escribir la primera novela, pero luego sólo un año para escribir la siguiente”, En este mundo no se puede vivir de las rentas, un escritor tiene que estar creando constantemente.


Me lo repito miles de veces, todos los días, desde que me levanto hasta que me acuesto. Sí ya sé que esto empezó como un hobby, como una forma de huir de mi rutina, de dar salida a esa necesidad creativa que he tenido desde siempre, pero ahora tengo un contrato y a un editor colgado del teléfono, preguntando por los avances de mi próximo trabajo cada 15 días, aunque lo más importante, tengo a muchas personas pendientes de las estanterías y de las páginas de internet, pendientes de cuando sale mi próxima novela y esa sensación, esa responsabilidad a veces pesa.


Mucha gente piensa que las escritoras, somos mujeres bohemias, adineradas, que nos podemos permitir retiramos largas temporadas a lugares lejanos e idílicos, llenos de paz y tranquilidad, para dedicarnos a escribir historias y más en mi caso, pensarán que vivo en un castillo lleno de telarañas, en medio de Transilvania, y nada más lejos de la realidad. Vivo en un apartamento de 60 m2 en una ciudad dormitorio a diecisiete kilómetros de Madrid y mi fuente principal de ingresos no son las novelas, sino mi trabajo de profesora de Historia en la Universidad Complutense.


Escribir ha sido mi casita en el árbol desde niña, mi lugar secreto, el lugar donde nadie podía hacerme daño, donde podía ser yo. Cuando publiqué mi primera novela, decidí usar seudónimo. Puede sonar pueril que me oculte detrás de un nombre falso, que soy extremadamente tímida y reservada y es verdad, pero no sólo fue la timidez lo que me empujó a hacerlo.

Provengo de una familia acomodada de la burguesía vallisoletana. No está dentro de lo esperable que su única hija se dedicase a escribir “noveluchas” de vampiros lujuriosos. No, mi familia no lo toleraría, especialmente mi padre un hombre anclado en una España del pasado, -“El lugar de una mujer como Dios manda está en casa, junto a su familia”- me decía. Casi sufrió un infarto cuando me negué a seguir sus planes de buscar un “buen marido” y seguir con los viñedos como mis hermanos. Por eso opté por escribir bajo un nombre falso, en el fondo era una forma de darles la razón, por un lado les protegía a ellos y por otro también me protegía a mí misma. ¿Y si mis padres tenían razón? y ¿si aquellas historias que inventaba eran eso, tonterías que no valían nada?, - “como ese otro empeño tuyo de estudiar Historia, otra de tus rebeldías, porque tú siempre has sido una rebelde”-, en vez de haber estudiado algo provechoso para la bodega. Afortunadamente el tiempo me ha dado la razón. Ahora mis padres, más mi madre, que fue la única que me animó algo, pero siempre a escondidas de los dos, sacan pecho porque tienen a una hija escritora con cierto nombre. Sin embargo mi padre siempre que tiene la oportunidad apostilla -“Ay, si te hubieras hecho caso de mí y hubieras puesto esa cabecita loca a pensar en las bodegas”-


Esa extrema timidez, esa sensación de saberme diferente, me hizo sentirme rara, como de no encajar en ningún lado y es muy probable que por eso, desde que tengo uso de razón me fascinaron los vampiros. Mientras mis compañeras de instituto leían la Superpop y el Vale, yo devoraba a Lovecraft y a Anne Rice. Ellas soñaban con príncipes azules, los míos iban envueltos en capas negras, tenían trescientos años y no te besaban, te mordían en el cuello.

Ahora, con casi 46 años, describo escenas cargadas de erotismo, siguen siendo fantasías, sueños que afloran desde mi yo más profundo, de hecho después de mucho pensarlo, he llegado al convencimiento de que es una especie de desahogo, una manera de calmar esa necesidad insatisfecha, que no me atrevo a reconocer.

Claro que he tenido alguna relación amorosa, pero nunca me he dado la oportunidad de ser esa yo que escribe los relatos, quizás porque aún no he encontrado esa persona con quien me sienta lo suficientemente segura y cómoda como para relajarme, para dejar salir a mi parte más apasionada. Sinceramente, no es que la busque, pero también es verdad, que a veces, algunos días, sí que me gustaría tener alguien con quien compartir mi vida, alguien que me conociera de verdad, que supiera sacar a la auténtica Laura Sastre, a la que se esconde bajo ese nombre y que en realidad se llama Noelia Blánquez.


Miro el ordenador portátil, está sobre la mesa de la cocina, siempre que lo hago no puedo dejar de pensar en una especie de cepo silencioso, en una alimaña malvada que espera a que me acerque para atraparme - Ay, Laura tienes demasiada imaginación- Incluso uso mi seudónimo para dirigirme a mi misma - ¿Estaré mal de la cabeza?


Recojo la taza de loza azul de la encimera, le doy un sorbo al café cortado con leche de soja y me acerco a la mesa, levanto la tapa del ordenador. -Habrá que ponerse a trabajar-


Lo primero que hago es consultar la bandeja del correo, nada de interés en la cuenta de la facultad, igual en la personal. Ahora paso a la cuenta de Laura, me pareció divertido que mi alter ego tuviera una cuenta de correo con su nombre, así que si Laura era la que firmaba las novelas, sería la que recibiría los correos.


Mi móvil ha empezado a vibrar, está un palmo más allá del portátil, un instante después empieza a sonar la melodía que le tengo asignada al teléfono de “casa”. Es la banda sonora de una serie de TV que echaban después de comer cuando era una cría, es una broma que me hace sonreír cada vez que suena, Falcon Crest se llamaba la serie. Lo dejo sonar unos segundos, mientras miro la palabra CASA, está parpadeando sobre el símbolo de un teléfono verde oscilante. Tengo que cambiar lo de “casa”, seguir llamando al teléfono de la casa de mis padres casa me parecía impropio, me lo digo casi cada vez que suena, no lo hago nunca, es una estupidez, pero cuando pienso en ello se me remueve el estómago y siento como una especie de vértigo, de vacío, de soledad, como si estuviera soltando la última amarra, como si “mi casa” hubiera dejado de ser “mi casa”. Descuelgo


-¿Sí?


-¿Dónde estás Noelia, por qué no coges el teléfono?

Algo pasa, mi madre me llama Noe , sólo usa el nombre completo cuando está enfadada o tiene algo importante que decirme. Me pongo en guardia


-Estaba en el baño, -miento- ¿Qué pasa?, ¿por qué me llamas tan temprano?, sólo son las 8:30 de la mañana.


-Te llamo a esta hora porque tu padre aún está durmiendo, si se entera de que te lo he dicho me mata. No quiere bajo ningún concepto que os enteréis, ya sabes lo cabezón que es, pero os vais a enterar al final..

La voz de mi madre ha perdido su fuerza, se está quebrando, creo que va a empezar a llorar.


-¡Mamá! ¿Qué pasa?, me estás asustando, ¿qué es lo que no quiere papá que sepamos?

Ha empezado a llorar, balbucea algunas palabras que no puedo entender. Intento controlarme, ahora mismo tengo ganas de gritar, estoy nerviosa, tengo miedo, algo muy malo debe de estar pasando, mi madre no es de lágrima fácil.


-Mamá, por favor, tranquila por favor, ¿qué pasa?, no te entiendo, ¿quieres que vaya a verte?

Este último ofrecimiento la hace reaccionar, se calma. La imagino secándose las lágrimas sentada en una pequeña butaca orejera, tapizada en terciopelo dorado que tiene junto al teléfono de la biblioteca, y luego pasándose la mano libre aún con el pañuelo en el puño por la falda para intentar estirarla, planchándola figuradamente como intentando recuperar la compostura , la dignidad que cree perdida.


-No, Noe no vengas, no hasta que pase un poco más de tiempo, hasta que se le meta en esa cabeza de animal -vuelve a temblarle la voz- que por más que se empeñe, que por más que quiera ocultarlo, negarlo, hacer como que no le pasa nada, hasta que se convenza de que no sólo está un poco cansado, sino que lo que tiene es Leucemia.

-¡Cómo!

Mi madre ha dicho Leucemia , casi no he podido entenderlo porque ha vuelto a echarse a llorar, pero sí lo ha dicho, Leucemia. El teléfono se me ha caído de las manos, la pantalla se ha hecho añicos contra el suelo. Todo se hace más grande, como si menguara, como si le hubiera dado un bocado a la seta de la oruga que fuma en el país de las maravillas. Todo mi ser se ha concentrado en un punto pequeño y denso. No puedo moverme, no puedo pestañear, ni siquiera puedo respirar, sólo puedo llorar.


Continuará...

SANGRE #1
SANGRE #2
SANGRE #4

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