sábado, 27 de enero de 2018

RIADA #10



Azul, absoluto. Un mar infinito de solo un tono de azul, del tono de azul de cuando piensas en azul. Arturo se encontró dentro, buceando, pero no aguantaba la respiración. Fuera aquella suerte de fluido lo que fuera, tenía la capacidad de respirar sumergido en él aunque realmente no sabía si sumergido sería una palabra correcta. Se buscó las manos con la mirada pero no pudo ver nada de su cuerpo, aunque tenía conciencia de él e incluso se lo notaba. ¿Era así cómo debían de sentirse los amputados?

Dolor. Un sonido, un sonido agudo chirriante, que empieza a subir en intensidad, hasta que sus ondas golpean los tímpanos con una frecuencia tan alta que duele, como si los atravesarán con una escofina. Un ebanista cruel que arranca astillas al tocón que talla. Un tocón que siente como le quitan cada pedazo de su carne de madera.

El dolor alcanza su cenit y se mantiene allí. No sabe cuánto tiempo, es incapaz de calcularlo. Una eternidad o un segundo, qué más da. Es desquiciante, intenta protegerse unos oídos que no encuentra con unas manos que parece haber perdido.

De súbito desaparece, dejando una huella en forma de zumbido grave, de esos que te aturden por un cambio brusco de presión.

Algo está entrando en el Azul, lo podía sentir, igual que un tiburón siente una gota de sangre en el océano, solo que aquella sensación era profundamente oscura y fría. Aquello que penetraba en el azul era malvado, amenazante, algo que lo buscaba con ansia depredadora. El Azul se espesa, se condensa y ahora era más una especie de mucosidad densa lo que lo atrapa, una gota de resina que fagocita a un insecto. Terror, la siguiente sensación es terror, un terror primigenio y visceral, quiere huir, pero a dónde y cómo. Esas preguntas tienen una respuesta sorprendentemente lógica: Pánico, un pánico animal, de presa que se sabe alcanzada, no hay escapatoria, no se puede huir, es una mosca enredada en una tela de araña y la titular ha decidido que había llegado la hora de comer.

Es un tsunami y él un muro de arena, levantado con más voluntad que pericia en la playa. Aquella presencia penetra dentro de él como un ariete, como un falo de metal candente. Sólo hay odio maldad en aquello y una curiosidad insana. ¿Quién eres?, ¿qué buscas?, ¿cómo has llegado hasta aquí? Y entonces todas las preguntas son contestadas, toda la curiosidad es saciada porque es imposible negarle nada, resistirse a que tomara lo que le viniera en gana. Su mente es un escaparate donde ha alunizado un Hammer blindado a toda velocidad. El resquicio de esperanza se esfuma, no hay ninguna recompensa por despejar aquellas incógnitas. Mentira, sí la hay, dolor, un dolor de carne separándose del hueso, eternamente incresccendo, nunca parará de ascender, progresando exponencialmente. Es la infantería, que penetra detrás de que el ariete haya destrozado sus puertas. Acero y fuego reduciendo todo a cenizas.

El Azul torna negro. Un negro nada, negro de no, negro de muerte.



En uno de los sótanos del Buen Pastor, unos vúmetros digitales, pasan del verde al anaranjado e incluso algunos llegan al rojo acompañados de pitidos indican que algo no va bien. En un sillón reclinable, parecido a los que encuentran en los gabinetes odontológicos, está Arturo. El sillón se ha colocado en una posición completamente horizontal, sujeto con múltiples correas. Está desnudo de cintura para arriba, luce electrodos en el pecho y en las sienes. De la comisura de los labios le resbala una espuma del mismo color del que se le han vuelto los ojos. Tiembla, convulsiona y a pesar de las correas de nylon, ha conseguido despegarse unos milímetros del cuero negro que tapiza el sillón, quedando apoyado solo por la nunca y los talones. Todos los músculos se marcan debajo de la piel y la poca grasa del policía. Orgaz lo mira con cara de preocupación.
Lo va a matar - Piensa, pero no

se atreve a expresarlo en voz alta. Sus dedos regordetes corren por el teclado. Del techo surge un brazo robótico armado con un vial que se inyecta certeramente en el pecho de Arturo.

Las convulsiones cesan y los registros vuelven a la zona naranja y de ésta a la verde.
Señor, está muy débil...

Los dedos teclean el mensaje con precaución, casi como si las teclas quemasen.

La respuesta no se hace esperar es casi simultánea a la pregunta. Dentro de la cabeza del doctor brota una sensación, una para la que el hombre aún no ha creado ningún concepto. No es odio, no es furia, es algo primitivo y feroz, una dentellada, el rugir de una bestia rabiosa. Ese mensaje era lo más parecido a meter la mano entre las fauces de un tiranosaurio y su presa.

Pero es una bestia inteligente y sabe que el doctor tiene razón. No puede seguir machacando a aquel hombre.

Los registros vuelven a ponerse rojos esta vez todos, las luces tintinean. El sistema se está sobrecargando. La consola central comienza a recibir mensajes de alerta, se está consumiendo mucha energía. Las baterías se agotan a toda velocidad. En la sala contigua los niños pasan a ser cadáveres inútiles a un ritmo que no se pueden permitir. La computadora principal va a colapsar por el acceso de rabia impotente de aquel, de aquella cosa. De algunos paneles saltan chispas. Los magnetotérmicos de la sala de control saltan y accionan al mismo tiempo la iluminación de emergencia junto con una sirena que recuerda a la de un submarino durante un zafarrancho de combate. La luz roja lo tiñe todo. Las contramedidas se ponen en marcha y la refrigeración de emergencia se conecta automáticamente El sistema informático ha caído, pero la parte más sensible del sistema continua funcionando gracias a los generadores diesel de emergencia. Sólo las funciones que soportan la vida de Set funcionan, siguen haciéndolo como si no hubiera ocurrido nada. Todo lo demás ha dejado de hacerlo.

El encéfalo sigue sumergido en aquel prisma, aparentemente inerte como si fuera el espécimen de una colección anatómica, de una extraña colección de una sola pieza. Allí reside, allí mora Set y ahora solo tiene una idea, un pensamiento. Cada célula, cada reacción electroquímica solo tiene una misión, una razón de seguir existiendo. Ahora lo sabe, ahora ha descubierto qué pinta ese policía curioso en todo esto.

Desde que se interesó por aquella nueva forense el nombre del policía entrometido surgió rápidamente entre sus pensamientos más superficiales, esos que podía percibir desde la distancia. Luego solo tuvo que influir sutilmente, entrar en la mente de aquel hombre y como si le susurrase al oído mientras dormía, le dejó caer la idea de ir a echar una ojeada hasta sus dominios, hasta el Buen Pastor donde caería inevitablemente entre sus garras. Porque algo le olía mal en todo eso y esta vez no dejaría ningún cabo suelto, esta vez su triunfo sería absoluto e incontrolable, Entonces es cuando ese insignificante insecto volvió a aparecer en escena. Luis, el padre de Paula ha vuelto a entrar en el tablero de juego, y ha movido ficha. Ha introducido más piezas en la partida. Al final iba a ser más fuerte de lo que pareció en un principio. Hace casi quince años debió aniquilarlo, pero no lo hizo, pensó que aquella mente anodina y torpe se perdería en su propia locura, sorprendente no lo había hecho. No pasaba nada, el mejor escribano puede echar un borrón. Ése sería el último. Luis ya estaba en el cajón de las fichas muertas, sólo que aún no lo sabía. 

Continuará... 
RIADA#1
RIADA#11 
 


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