jueves, 24 de mayo de 2018

Los jueves al blog.

Lo bueno de vivir en una ciudad pequeña como la mía (o lo malo, según se mire) es que con cierta frecuencia me voy encontrando a algunas personas que formaron parte de mi vida desde la infancia hasta el día de hoy y es lo que tiene crecer, que hay que ir tomando decisiones todos los días y esas decisiones me han ido llevando a sitios, lugares donde he estado por un tiempo más o menos suficiente para darme cuenta de quién se alegraba más cuando volvíamos a vernos.

Todo está conectado?

1980
Acabo la EGB y tres meses después empiezo a estudiar Formación Profesional. Cinco años de carrera por delante que ya entonces me parecieron eternos, otro centro de estudios en otro barrio, un nuevo estilo de vida y mucha gente por conocer.

J.G. tenía cara de buen zagal, con la mirada noble y esa mezcla entre inocente y picarón, que unido a su facilidad para la risa espontánea hizo que conectáramos rápidamente. Teníamos el mismo estado de gilipollez supina.

Ocho horas diarias de clases de lunes a viernes con 11 asignaturas y 11 profesores dan para mucho si eres de los que como yo, estaban todo el día con la boca abierta sin ningún motivo aparente, excepto mi amigo J.G. que estaba a lo suyo: si la clase se volvía plomiza, él sacaba una hoja y se ponía a dibujar.
Era un ''Ibáñez'' de barrio, dibujaba lo que le pidieras sin mirar, todo su mundo estaba dentro de su cabeza, no necesitaba una foto de un caballo para dibujarlo. A boli, lápiz, rotring o lo que tuviera a mano, un genio que se inclinó por hacer caricaturas en clase. Tampoco era de extrañar, él era un cachondo, se reía de todo y cuando empezaba a hacer una caricatura clandestina entre los paseos del profesor de turno, yo sólo pensaba: '' ¿por qué no me habré sentado en otro sitio? nos van a pillar y nos van a mandar al despacho del Jefe de Estudios, nota parental y bronca!''


El profesor de matemáticas era un sieso manío, orondo, abrupto, de silueta invasora, cara de pan de pueblo, frente en expansión y gafas negras de pasta gorda y nunca se reía, nos miraba como un ser superior y déspota que a diario nos permitía seguir con vida, pero nosotros éramos rebeldes sin saber por qué y poco a poco nos fuimos distanciando de ese ser que se expresaba en números.

Tras un intento fallido de mentalizarme para no reír al mirar y rojo de aguantarme las ganas de soltar una carcajada, giro la cabeza hasta el libro entreabierto de mi colega y veo que ha dibujado al profesor saliendo de una discoteca casi de día, con la corbata a un lado, cada ojo en una dirección, el cabezón doblado y vomitando como si fueran tres. El brazo izquierdo extendido y en la mano, un sombrero donde va cayendo todo el chorro.
Al final no pudo ser, nos dominó la risa, nos descubrió y nos llevó al Jefe de Estudios. Incluída la caricatura.
Evidentemente, no aprobamos en junio y hubo que recuperar en septiembre.

La Orquesta Mondragón también me la descubrió él, pasábamos las horas enteras escuchando los discos en su casa entre risas constantes, no paraban de caernos lágrimas de tanta hilaridad y cachondeo y empezamos a aprender a mirar a las chicas de otra manera. Ya no les tirábamos del pelo para llamar su atención, ahora nos quedábamos como estatuas y como mucho, acertábamos a tartamudear y entonces empezaron a reírse ellas de nosotros.

Pocos años después, tuve la oportunidad de iniciar nuevos proyectos en otras provincias y estuvimos unos años sin vernos y cuando llegó el día, ya éramos hombres con todo lo que conlleva, aunque él seguía teniendo la misma mirada entre noble y pícara y llevaba una camiseta de Motorhead con vaqueros negros, botas y muñequeras de cuero con tachuelas. Tras el abrazo, me mira y me dice:
oye, tú ligas mucho?
-no sé, lo normal.
pues toma, te regalo una piruleta para que chupes algo.


Todo está conectado?

Hace unos días me llamaron los colegas de la música para invitarme a un rato de café, risas y canciones en casa de uno de ellos y acepté sin dudar la invitación. Me gustaba el sitio, es un cortijo a las afueras de la ciudad, con un buen recinto de entrada entre jazmines, olivos, animales, etc. todo muy rural y la compañía inmejorable.
Tras los líquidos y los jajas de rigor, llegó lo inevitable, el musiqueo. Concierto para mí. El repertorio me lo sabía, lo había tocado otras veces con ellos, hasta que en un momento entre canción y canción, escucho: ''vamos con Lemmy'' y sonó el ''as de espadas'' y me emocioné. No sólo la grité como si me fuera la vida en ello, es que me estaba haciendo falta y no lo sabía!
Me acordé de todo lo escrito anteriormente y de alguna cosa más que no debo compartir por respeto, pero también me acordé de alguien muy especial, una criatura con la que tuve la suerte de cruzarme tuiteramente hace muy pocos años y con la que inicié una buena relación de amistad tras unas charlas sobre discos y estilos musicales entre los que se nombró a Motorhead como ''puente'' entre el rock y el trash y poco tiempo después nos embarcamos en este ilusionante proyecto llamado ''El Cajón de la Calavera Sinfónica'' y esta noche tiene un acto muy importante gracias a todas las horas que ha invertido en plasmar aquí sus relatos.

Mucha mierda, Calavera!!




Mantengo humildes mis orejas.

lunes, 7 de mayo de 2018

Ten Years After: ¨a sting in the tale¨ 50 años después.

Nothinghamsire,1967 en las proximidades del bosque de Sherwood .Leo Lyons,Rick Lee, Chick Churchill, y Alvin Lee forman Ten Years After,un cuarteto explosivo, una de las bandas más importantes de la historia del R´N Roll.

Tuvieron ocho álbumes en el Top 40 Albums Chart y doce álbumes en ventas millonarias en el Bilboard 200 de EEUU entre 1967-1974.

Para la historia de la música quedará su explosiva actuación en Woodstock de 1969.



En 2014 deciden reunirse pero el guitarrista declina el ofrecimiento, muriendo en una clínica de Málaga después de una complicada operación de cirugía.
 


 Posteriormente y tras dejar un tiempo de respeto por la terrible perdida Rick Lee y Chick Churchill, junto con el bajista Colin Hodginson (Peter Green,Spencer Davis, Chris Rea  o John Lord) y al guitarrista, cantante y compositor Marcus Bonfanti (Van Morrison,Ginger Baker,Ronnie Wood).
 


 
Reciben buenas críticas en su gira de presentación al  ofrecer la alta energía de un espectáculo vintage .

A Sting in the Tale nació en 2017 y huele a campiña, maderas nobles y whisky bien reposad , a tabernas a Gotham, a una buena pinta en la Abadía de Rufford.


El disco contiene doce canciones al más puro estilo TYA donde el auténtico  R´N B con sabor a Mississippi es el común denominador de los surcos del disco, grabado y producido por Marcus en los estudios Cricklewood Green de Londres y mezclado en Studios Edmonton Canadá.
 

A veces uno se cree cuando escucha canciones de este estilo que está reviviendo algún tipo de vida anterior, un querer dar marcha atrás y volver a revivir esas sensaciones tan especiales que se experimentan cuando escuchas por primera vez un disco de unos desconocidos que algún colega ha tenido a bien prestarte.

 
Medio siglo. Mucho más tiempo del que algunas personas llegarán a vivir y todo un legado cultural en forma de canciones que han acompañado a varias generaciones de amantes del viejo Blues y su hijo bastardo el Rock´N´Roll.
 
                                      

Guitarras acústicas, un viejo Hammond sonando a gloria, fraseos al estilo clásico que tanto gusta volver  a escuchar una y otra vez mezclado con sangre fresca y a la vez embutido en el mejor traje de Jimmy Page o el mismísimo Muddy Waters.

Si los cambios de formación tras una muerte no satisfacen a todos, el caso de Bonfanti con TYA ha sido la excepción que confirma la regla. El londinense fué definido hace unos años por la prensa inglesa como un cruce de estilos entre Seasick Stevie y Jimmy Page, es un guitarrista versátil que sabe adaptarse al estilo y a la necesidad del momento y se caracteriza por su sonido Power Blues.

Quizá no sea el mejor disco de toda la trayectoria de la banda, pero si lo es desde la entrada de Bonfanti porque sigue sonando  a TYA está muy bien producido y Marcus ha sabido adaptarse a la banda como un guante.






Mantengo humildes mis orejas.






sábado, 5 de mayo de 2018

El Viaje







 
No hay nada más aterrador. Nada puede serlo, simplemente es imposible.



El velocímetro digital del salpicadero, me ha robado la posibilidad de usar esa frase tan manida y típica de los escritores de tercera “La aguja del velocímetro había sobrepasado los 120 km/h…”. Quizás por eso desde siempre me gustó, pero el velocímetro de mi coche, como he dicho es digital y los diseñadores no tuvieron el detalle de incluir, ni siquiera una triste agujita, aunque hubiera sido solo una rayita de luz.

La cifra, que lucía en números plateados sobre el fondo negro del display era 125, aunque no duraría ni un segundo más. El pie derecho no dejaba de presionar el pedal del acelerador, eso las obligaba a sumarse y no paraban de ascender. Sinceramente no tenía prisa. Aceleraba por el mero gusto de hacerlo, de dar un poco más de interés a aquel viaje tedioso. Aumentar la velocidad me exigiría más atención. Las glándulas suprarrenales comenzarían a segregar adrenalina. En realidad somos yonkis de la adrenalina. Sí, sin saberlo, porque todo lo que nos excita la produce, el Rock, la velocidad, el sexo. Así que necesitaba un chute de esa adrenalina para despabilarme del sopor que me envolvía lentamente, como una especie de arenas movedizas invisibles, que me relajaban igual que un baño caliente después de una jornada de duro trabajo. Si no hacía algo, me iba a dormir al volante por esa desierta y maldita autovía de tiralíneas.



Ahora juraría que di una cabezada, que el accidente que iba a sufrir en unos segundos fue provocado por el sueño pero también sería una mentira. Sé lo que vi y no, no estaba dormido.



En el horizonte cercano de un cambio de rasante apareció. Brillaba como la primera estrella de una noche de verano. El culo del Renault Clio gris plata, me recordó al de un insecto de esos que salen en los documentales de la hora de después de comer, un insecto de esos, que empujan bolas de caca de elefante por en medio de la sabana africana. Apesar de estar aún bastante lejos lo reconocí con facilidad. Fue mi primer coche, en realidad no es cierto, pero sí fue el primero que pagué de verdad. Fue una buena máquina, y no me pareció extraño que aún hubiera alguno rodando de su quinta. La marca del rombo todavía los fabricaba, pero la carrocería había variado tanto, que poco o nada tenía que ver con la de su primo.

Aún recuerdo la matrícula 2580 CNW ¿Sería aquel Clio del mismo año? Aceleré un poco más para leerla. Me acerqué y los números comenzaron a perfilarse hasta que fueron perfectamente legibles. 2580 CNW. Jajajajaja Eso era imposible, era mi matrícula, pero mi primer coche hacía no menos de tres años que había sido comida para una prensa hidráulica de desguace.

Observé con atención el coche, buscando esas marcas imposibles que hacen que un coche sea tu coche, uno entre un millón. Entonces es cuando las manos me comenzaron a sudar. Allí estaba, en la protección de plástico gris oscuro guardabarros, justo debajo de la w. Un rozón, un arañazo que le hice al segundo día de sacarlo del concesionario, al meterlo en el parking subterráneo del trabajo.

De forma refleja activé el intermitente derecho. Lo iba a adelantar, quería ver quién conducía ese coche...mi coche. Comprobé por el retrovisor que no había ningún vehículo y aceleré mientras giraba levemente el volante. El Renault debía de ir a tope, 135 km/h eran demasiado para él.

137, 138, 139, 140 km/h. Ya estaba en paralelo ahora solo tenía que girar la cabeza y mirar al conductor. Curiosamente una mano invisible me impedía girar la cabeza, como si una tortícolis repentina me advirtiera con un pinchazo doloroso en la base del cuello, que no debía mirar. Noté el sudor de las manos resbalar entre mi piel y la del volante cuando lo sujeté con toda la fuerza que fui capaz de hacerlo y armandome de valor giré la cabeza..

Allí estaba yo, 20 años más joven con la que entonces era mi novia y luego sería mi mujer de copiloto. Íbamos riendo y charlando animosamente. Entonces mi yo del Clio se giró hacia mí, apartando por un instante los ojos de la carretera, sonríe mientras gesticula articulando unas palabras ...que no consigo entender….eso es, me estoy diciendo, “Todo esto es...MEN... MENTIRA”.



Fin.