lunes, 25 de julio de 2016

SANGRE









Era una mañana soleada del mes de mayo, de ésas de las que al sol hace calor y a la sombra frío, típicas de la primavera madrileña. El paseo de carruajes del parque del Buen Retiro estaba rebosante de gente. La feria del libro nada más había hecho abrir sus puertas. Los visitantes ya recorren ávidos los puestos en busca de los últimos títulos de sus autores favoritos, pero sobretodo la recorren con ganas de verlos, de pedirles que estamparan su firma, que les dedicasen un ejemplar, para tener un trozo de ellos, un recuerdo de esa especie de magos, que son los escritores y escritoras, de esas personas, que les hacían reír y llorar, amar y odiar, viajar o soñar, usando tan sólo unas pocas hojas de papel y su imaginación, existían, que eran de carne y hueso. Un ejemplar firmado era algo más que un libro, era una fe de vida. Yo era uno de ellos.



Había leído todo lo que ella había publicado, que no era poco. Aún recordaba cuando su primera novela cayó en mis manos, allá por el 2003. Era una novelita de tapas blandas y edición barata, ésas que se reeditan con vistas al verano, estaba en la estantería de unos grandes almacenes, junto con otras de la misma editorial. Estaba en un expositor de cartón de color chillón y bajo el reclamo de “imprescindibles del verano.”.Hubiera pasado por delante de ese expositor sin fijarme en él siquiera, pero aquel librito de color morado y título en grandes letras rojas, llamó mi atención. “Vampiro”, una simple palabra. Las letras simulaban unos arañazos en la cubierta, como recién hechos y aún sanguinolentos. No puede sino sonreír, era la portada más cutre que había visto. Pero cutre o no, había cumplido su misión y no pude evitar la tentación, lo tomé para ojearlo. Debajo del título y en pequeñas letras doradas estaba el nombre de la autora, Laura Sastre. Lo giré, leí la sinopsis esperando encontrar una truculenta historia de vampiros y amor adolescente, de ésas que estaban tan de moda por aquellos años. Eran unas pocas palabras, nunca las olvidaré.



“Alejandro, sé que estás ahí fuera, escondido, oculto al resto del mundo. Comprendo tu dolor y tu soledad. No es fácil ser un vampiro”.



Casi se me cayó el libro de las manos, sentí una especie de desvanecimiento. Me dirigí  a la caja y pagué los 10€ que costaba aquella novela y empecé a leerla inmediatamente. Choqué con varios transeúntes mientras andaba leyendo, absorto en aquellas páginas, y también lo hice con una farola y casi fui atropellado dos veces, pero no podía dejar de leer. Las 275 páginas no me duraron más que unas pocas horas Sí, era una típica historia de amor imposible entre un vampiro y una humana, no demasiado original, pero lo que me hizo no poder dejar de leer, era su forma de describir el dolor y la soledad de aquella criatura atormentada. Vi mi dolor, leí mi soledad en aquellas letras..



Desde aquel día, he leído con ansia todo lo que salía de su pluma, he navegado por internet recabando toda la información que me ha sido posible e incluso he intentado conocerla en persona, pero por unos motivos o por otros nunca tuve éxito. Hoy, por fin lo iba hacer, se había convertido en una necesidad, en una obsesión. Como ya habrán adivinado, no sólo me llamo Alejandro, también soy un vampiro.



Las casetas blancas están dispuestas a ambos márgenes del paseo, en dos filas paralelas enfrentadas, hay muchas. Consulto la hora en el reloj de pulsera, son las once y cuarto de la mañana, el sol está alto noto su quemazón en la cara y en las manos a pesar de la protección solar, me escuece, pero es soportable. Las gafas oscuras y las lentillas hacen mejor su trabajo. Voy restando mentalmente las casetas que me quedan, es la 220. Está en la hilera de la derecha, 150, 148, 146. Oigo las conversaciones de los asistentes y de los expositores, la mayoría son cacareos huecos de contenido, poco más que frases hechas y recurrentes, me levantan dolor de cabeza; también huelo sus perfumes, los aftershave y la halitosis de los fumadores, es como caminar por un vertedero sembrado de flores. Tengo sed. El corazón me martillea en el pecho con fuerza, 130, 128. Intento no parecer nervioso, las manos me sudan, me las meto en los bolsillos de la cazadora, y bajo la cadencia de mis pasos, soy como un enamorado que no quiere llegar demasiado pronto a su primera cita. 90, 88. No deben de separarme de ella más de 500 metros. El número de visitantes baja a medida que me alejo de la entrada, la mayoría se queda en los primeros stands, a mí sólo me interesa el 220. Los expositores me miran desde sus puestos de chapa, me sonríen, quieren que me acerque, están frescos, ilusionados con la oportunidad que les da la feria, quieren darse a conocer, promocionarse, vender, para algunos es la primera vez, ya veremos si siguen igual de sonrientes dentro de una semana.  20, 18 ya he localizado la caseta 220, aspiro aire con fuerza, intento percibirla antes de verla.



Huelo dos perfumes de mujer, uno es Chanel Nº5,  pesado y empalagoso para esta hora de la mañana; el otro no lo conozco, es dulzón, huele a frutas demasiado maduras, también hay y una fragancia masculina, maderas y canela, agradable. Debajo de ellos hay otro olor, más sutil, fresco, a piel limpia, recién lavada y aún con trazas del aroma de jabón de Marsella. Desde aquí no puedo asegurarlo pero tiene que ser el de ella.   



Dejo el centro del paseo por donde camino y me escoro un poco a la izquierda, para tener mejor ángulo de visión. Allí está, no está sola, hay un par de personas visitando el stand, y un hombre su lado, debe ser alguien de la editorial, ella sólo estará unas pocas horas.



Ya la había visto antes en fotos, pero ninguna le hace justicia. Sus 45 años son la envidia de muchas chicas de 35. Su cara es un óvalo perfecto, de tez blanca, casi lechosa, enmarcado por una melena negra azabache, recogida en una especie de moño que ha sujetado con un lápiz. La nariz es pequeña ligeramente respingona, que le hace parecer más joven. Su boca no es ni grande ni pequeña, con unos labios rosados que no necesitan ningún carmín que los realce, con dientes iguales que perlas, pequeños y regulares. Pero sobre todos sus rasgos es la mirada la que te cautiva, con un poder casi hipnótico, inteligente, con unos ojos profundamente azules y unas pestañas que son azotes de seda, te someten con cada parpadeo.  



No soy consciente, pero llevo dos minutos plantado en medio del paseo de carruajes, embelesado, mirando la caseta 220, mirándola a ella.



Tengo que acercarme, aprovecho que está ocupada con esas personas, parecen muy interesadas, también son fans de Laura, no sólo curiosean,  así no seré su único punto de atención. Es estúpido, pero creo que de esta forma tendré ventaja, más tiempo para saber qué voy a decir, practicar mi frase, para no dudar cuando salga a escena. Soy doctor en hematología, a menudo doy conferencias, estoy acostumbrado a hablar en público, sin embargo irónicamente temo tartamudear.



“Buenos días Laura, encantado de conocerla, soy su mayor fan”

“Hola, me llamo Alejandro, como el vampiro de sus novelas, encantado de conocerla”

“Soy Alejandro. Buenos días, además soy vampiro, igual que el protagonista de sus novelas”



¿Quién da más?, El catálogo de estupideces que me bulle en la cabeza es antológico. El caso es que ya no hay remedio.



- Buenos días, ¿en qué le puedo ayudar?



Era el compañero de stand de Laura. Un hombre que ya había pasado del lustro, calvo y con unas gafas lectoras rojas, de ésas que se llevan alrededor del cuello en dos mitades y que cuando se van a colocar sobre la nariz,  se arman mediante un imán.



- Buenos días. Quería comprar un ejemplar y que me lo dedicase la autora

- Por supuesto, si quiere se lo voy cobrando mientras ella termina.

- Claro, claro

Ya la tenía, de hecho ya la había leído. Venir a la feria sólo es una excusa para conocerla personalmente.

Sus novelas seguían siendo fundamentalmente historias de amor entre vampiros y humanos. Llenas de clichés, de lo que se suponían que eran los vampiros, y que se alejaban bastante de la realidad, pero lo realmente increíble de aquella mujer era como dominaba la psique vampírica, como la entiende y como la describe. Había llegado a pensar que ella también era una vampira y que sólo escribía esas tonterías de los crucifijos y del ajo como una cortina de humo. Pero no, ella no podía ser vampiro, ya me había fijado en las fotos y ahora lo vuelvo a hacer, no cabía ninguna duda, Laura Sastre tiene colmillos.



- Laura, perdona - le interrumpió el compañero- tienes aquí a otro lector, que también quiere le dediques la novela.

La aclaración era del todo innecesaria, pues las dos señoras con las que charlaba cuando llegué se iban, y ya se había percatado de que tenía más trabajo.



- Hola, por supuesto, será un placer. -Dijo y tomó el libro que le tendía su compañero- ¿Cuál es su nombre, caballero?



Está a escaso metro y medio, preciosa, apuntándome con esos zafiros que tiene por ojos, sinceramente no he oído la pregunta, sólo la he visto mover los labios, contesto automáticamente - Alejandro- siento calor. Una especie de sofoco que me sube desde el pecho por el cuello, los maxilares están recibiendo un aporte extra de sangre, siento la tensión en la mejillas no puedo volver a abrir la boca o verá mis colmillos, que han salido de sus cavidades en el paladar como si fueran las uñas de un gato, es como una erección que también siento, pero más poderosa, más primitiva y más difícil de resistir. El páncreas está segregando adrenalina, mi cuerpo reacciona, se está preparando, todo él se tensa.  Hasta mis oídos no sólo llega el sonido de su voz, también oigo el latido de su corazón. Percibo como la sangre asciende desde él por sus arterias carótidas. Las pupilas se me han dilatado. Entra más luz en ellas, tamizada primero por el cristal oscuro de mis gafas y después filtrada por las lentillas, de cualquier forma no es suficiente protección, me arden. Unas irresistibles ganas de abalanzarme sobre ella me asaltan. Temo perder el control, es un instinto básico y juvenil, algo completamente olvidado, superado, impropio en alguien de mi edad y experiencia. Tengo que alejarme. La bestia que soy, el animal que se oculta en mi interior está pujando por salir, no sé si seré capaz de dominarlo mucho más. Aprieto las mandíbulas, noto como mis propios colmillos se me clavan, pruebo mi sangre.



- Muy bien, pues aquí tiene, Alejandro.



Me mira de forma extraña y curiosa, nota algo.



- Gracias.



Es lo único me atrevo a decir, es poco más que un gruñido incomprensible entre dientes. Recojo el ejemplar firmado, agacho la cabeza y me alejo de la caseta 220 lo más rápido que puedo.  



Continuará... SANGRE #2

 

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