La casa no era una con ningún pasado truculento, ni si
quiera tenía un aspecto tenebroso. Pero a Carlos le ponía los pelos de punta.
Laura se había empeñado en alquilarla para pasar las vacaciones de verano desde
que la vio en aquella página de internet.
Era una casa señorial de finales del XIX con un amplio
porche además de una pequeña parcela de césped con un caminito de grava y rodeada
por un seto de arizónicas. En realidad la casa era perfecta, como salida de una
postal. Primero intentó convencer a su mujer sugiriendo otras, incluso de mayor
precio, pero ante las negativas de su esposa su único recurso fue admitir que
no le daba buenas “vibraciones”, eso fue aún peor porque Laura poco más que se
burló de él tachándole de aguafiestas. Finalmente accedió intentado
autoconvencerse que en realidad no tenía ninguna razón lógica para oponerse y
que sólo eran tonterías suyas. Como aquella vez que se negó a comprarse ese
jersey amarillo que tanto le gustaba a Laura. Siempre había sido un poco
maniático y supersticioso.
De todas formas Carlos intentó recabar toda la información
que pudo sobre la finca, en un vano intento de racionalizar sus sensaciones.
El caserón fue construido como residencia de verano por un
empresario que hizo fortuna con la venta de carbón durante la Guerra de Independencia
Cubana. Posteriormente, luego de morir, los hijos del empresario repartieron
las propiedades y la finca fue a parar a manos de su tercer hijo. Un crápula
que dilapidó su fortuna en los casinos. La casa pasó a ser propiedad de una
entidad bancaria. Durante la Guerra Civil
las fuerzas republicanas la utilizaron como residencia para un militar
de alto rango y fue abandonada a toda prisa ante el avance del bando nacional
tras la batalla del Ebro. Más tarde, tras la guerra, la propiedad pasó a manos
del gobernador provincial. En los años 70 la Diputación Provincial la legó al
Ayuntamiento de la localidad para que la rehabilitara como hotel rural pero el
proyecto no llegó a cuajar y un inversor la compró cerrándola hasta que por
alguna razón se había decidido alquilarla. Carlos escrudiñó en busca de algún
suceso que justificara ese mal aura que percibía pero aparte de los muchos
cambios de manos no había en la historia de aquella casa nada fuera de lo
“normal”.
Su intuición no siempre funcionaba en el pasado había
anulado billetes de avión y cancelado cenas por un mal presentimiento pero esta
podía ser la gota que colmara el vaso de la paciencia de Laura. Su matrimonio
no pasaba por una de sus mejores etapas y este podía ser el golpe de gracia.
Así que dio el tema por zanjado y se dispuso a tomar unas reparadoras
vacaciones junto su mujer y su hija de cuatro años que volviera a reafirmar la
familia, eso era lo más importante y no un pálpito absurdo sobre una casa de
vacaciones en la que sólo estarían un mes. O al menos eso creían ellos.
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